Eugénio de Andrade, traducción y selección de poemas inéditos
VIAJE
Iremos juntos separados,
las palabras mordidas una a una,
taciturnas, centelleantes
—oh mi amor, constelación de bruma,
hombro de mis brazos vacilantes.
Olvidados, recordados, repetidos
en la boca de los amantes que se besan
en lo alto de los navíos;
deshechos ambos, ambos enteros,
en el rastro de los peces luminosos,
ahogados en la voz de los marinos.
NO ES VERDAD
Cae, como antaño, de las estrellas
un frío que se extiende por la ciudad.
No es de noche ni de día, es el tiempo ardiente
de la memoria de las cosas sin edad.
Lo que soñé cabe en tus manos
desgastadas de tejer melancolía:
un país que crece en libertad,
entre almiares de trigo y de alegría.
Pero la muerte pasea por las habitaciones,
ronda las esquinas, entra en los navíos,
su mirada es verde, su vestido blanco,
huelen a ceniza sus dedos fríos.
Entre un cielo sin color y montañas de carbón
el ardor de las estaciones cae podrido;
los mástiles y las casas escurren las sombras,
sólo la sangre brilla endurecida.
No es verdad tanta tienda de perfumes,
no es verdad tanta rosa descepada,
tanto puente de humo, tanta ropa oscura,
tanto reloj, tanta paloma asesinada.
No quiero para mi tanto veneno,
tanta madrugada barrida por el hielo,
ni ojos pintados donde muere del día,
ni besos de lágrimas en mi pelo.
Amanece.
Un gallo raya el silencio
dibujando tu rostro en los tejados.
Yo hablo del jardín donde comienza
un día claro de amantes entrelazados.
ELEGÍA Y DESTRUCCIÓN
De ese tiempo en que se sigue siendo niño
durante miles de años,
traje conmigo un aroma de resina,
traje también los juncos rojos
que ladean la orilla del silencio,
en este cuarto, ahora habitado por el viento;
traje incluso una mirada húmeda
en la que los pájaros perpetúan el cielo.
Difícilmente olvido la calle donde encontré
tus ojos inmensos, fascinados
por el fulgor secreto de las espadas,
la casa donde te conté, con las manos trémulas,
la parábola del pan y del vino,
dando a cada palabra un rostro nuevo.
La ciudad donde te amé fue arrancada
y no puedo destruir a los centinelas del miedo.
Pero tampoco puedo dejar de quererte
con besos y relámpagos,
con sueños que tropiezan en las paredes
y se alimentan de terror y de alegría,
mientras el tiempo sigue sollozando.
¿Qué me queréis verdes sombras de luna
en mi cama donde adormece el frío?
Aquí estoy, más alto que el trigo,
sangrando en los pétalos del día,
y sin recelo de que a nuestros gritos
aun los llamen brisa.