Tu ropa dejaba un silencio tras de sí,
confidencia o soco o silo, refugio nuclear.
Ahora nada queda salvo un silencio obcecado,
un letime apocalíptico sobre las playas de Henderson
donde, ahora, como en la propia trinchera que nos desangra sobre la cama,
se reúnen a morir restos de basura, carne y desechos.
No somos más que media barra de bar,
abandonada a la suerte de una medianoche de lunes,
esa arena donde unas cucarachas trapecistas recalan,
para devorarse entre restos de Jilmador
y la lengua de Lorca lamiendo versos de verde sosa caústica.
Estos versos me dejan una desazón de desierto, de silencio y de tristeza. Un vacío lleno de cosas que no sirven pero que molestan.