De la pesca mi padre me enseñó
el olor dulzón de las cabinas de los camiones,
la fantasía de las pistolas y navarones,
el sake de los kamikazes y el Yamato
-que mi imaginación enaltecía entre las estrellas-
Hoy, ya gastos los años, desisco gusanos amenazantes,
de mis dedos las migas de un pan carente
-que traviste el recuerdo en las pupilas-,
el cordel que en el pez presiente el descoyunte final.
Todo continua su ardidumbre, con cada palabra,
sobre el ara de un futuro apenas perceptible.