Has decidido salir de casa, de tu isla, del país quizás… El medio de transporte y la velocidad de llegada determinarán en gran medida el disfrute del trayecto, pero no únicamente. Si al partir no has decidido tu destino, no reconocerás el lugar que pises por primera vez y procurarás su posesión, hacerlo tuyo, señalar en él similitudes… tus nuevas referencias. Esta necesidad vital de dibujar nuestras coordenadas acontecen de igual manera en la literatura, pues nos permite contactar con otras perspectivas, datos y vivencias de este mundo y mundos pasados. Completar las nuestras.
En esta ocasión, las referencias de poesía canaria de los años 90 llegan con Paula Nogales (Gran Canaria, 1966). Los poemas aquí presentes han sido seleccionados de la antología Última generación del milenio (Varios autores, 1998), libro en el cual se lee, sobre la poeta, lo siguiente, en boca del novelista Emilio González Déniz: «está empeñada –legítimo empeño– en gritar que es mujer, y lo hace con fuerza, siempre, aunque sus versos hablen a veces de los hombres». Al tiempo, el novelista destaca del poemario la tendencia de la poeta a mitificar lo cotidiano y a bajar lo mítico de su pedestal, en su poemario Manzanas son de Tántalo. Para este artículo, y tras la lectura de los poemas de la autora en Última generación del milenio, podemos decir que la de Paula es una poesía fluidos, de verso largo y fuerte naturaleza “oral”, pincelados con la palabra justa, sin estridencias. Se piensa a veces que se lee en un sueño, sobre la cadencia recreada tras los ojos de la poeta. Hay, también, una contención narrativa que deja intuir el temblor que los hizo aflorar.
¿Qué más podemos pedir, amor, si no es esta complicidad culpable que nos lleva a forzar el tiempo en palabras oscuras que vestimos como niños en día de fiesta? Sólo queda el usufructo de nuestros cuerpos, blancas ovejas desvalidas que regalamos con la rara alegría de quien ahoga una conciencia. (de Contrarreloj)
Supongo que jamás se produjo el alto el fuego. Aunque en algún momento debió de perderse la dulce alegría de las hostilidades, y aparecieron los rictus en las comisuras de los combatientes, veteranos en sus cuarteles de invierno; los pactos vergonzantes, la secreta claudicación de aquellos gloriosos batallones, de aquellas ingenuas conjuras que el tiempo cubrió de moho. No más guerrillas fraternas. Soy francotiradora. Parapetada en una azotea de soledad. Ese hombre que pasa de largo lleva en su frente la marca divina. Lo sé bien: yo misma lo ungí hace un instante con la metralla líquida del deseo. ( de Manzanas son de Tántalo )
A la sombra de Dafne no crecen sino ortigas. Sobre el azul sin tacha del acantilado, del borde mismo de la sima de la espuma, donde su pie de nieve no osó la pirueta definitiva. La sombra de Dafne acuna abrojos, teje siempre entre sus ramas la misma ajena melodía. No amasa pan. No arregla sus cabellos para el amante porfiado. No regala ya más el fruto de su vientre intacto. Bajo el azul sin tacha del cielo eterno, mirad la sombra estéril de Dafne, como un fantasma tendido sobre la mala yerba. ( de Manzanas son de Tántalo )
Muchas gracias por tu lectura y comentario.
No hay de qué, Paula. Esa lectura junto con otras de poesía Canarias de libros publicados en los 90 y autores nacidos a finales de los 60 es un propyecto en curso para confeccionar una antología crítica de poesía Canaria.
Un saludo!