«Para que exista el navegante», primeras notas

La erosión es la barbarie casi inevitable que vacía de sudor y sepia las palabras, el deseo de loas y famas sobre todo y todos. Ajenas a ella habitan las palabras y la marca del tiempo en aquello que la vida rodea y conforma. Para que exista el navegante ha de resistirse la propia voluntad contra el miedo y la vanidad. Sólo así sobrevive la Ysla, sólo así se vive en el misterio y el temblor que han hecho nido (y resistencia) en el centro mismo de aquella erosión, experiencia humana inevitable, del individuo y su conciencia. Cuando una palabra ve escurrirse su vida por los pozos del uso, la manipulación, la moda, el exceso de adorno o la costumbre, queda vacía, erosionada por semejantes vientos, caracola abandonada a su suerte y a la espera de una nueva marea que se la lleve. La industria de los caparazones vacíos —decir, aquí, vacuidad inflaría el pecho de ese palomo— se ha instalado entre tú y yo, entre nosotros, lectores. Existen hordas de mercaderes y mercenarios reclutados, miles de voluntarios e involuntarios defensores y propiciadores cuyo fin consiste en lanzar sus redes al mar para aumentar, sin saciedad posible, el número de capturas. No en vano, el Arte se cuenta entre una de sus más conocidas piezas de colección.

El espectáculo es sin duda grotesco, museos, galerías, exposiciones, bancos, grandes empresas, la posesión como la mayor y más deseable de las bendiciones, la fama dios-objeto de adoración y, sobre todo, reducto de vanidades. Estos vendedores y falsos profetas muestran el arte como los huesos limpios y pulidos colgando del cuello de un bárbaro, y afirman saberlo todo, y conocer el futuro del mundo. Pero no nos equivoquemos, ese Arte, esa Literatura, nada sabe del navegante, nada de la Ysla ni el temblor. Su único interés es el poder en cualquiera de sus formas y por ello es que se arrastra, para que resuenen más todos los cachivaches acumulados. Nada sabe del  mar, no conocen al navegante… Pero existe. Para que exista el navegante ha de existir la Ysla, y la Ysla existen en la intuición hecha dolor y latido, en la presencia que no podemos encerrar entre nuestras manos. La Ysla existe porque hay brisa y hay viento y tormenta, porque pueden volar pájaros y son imposibles las jaulas. Y así la Poesía, pues no acepta cadenas ni fronteras, aunque tolera cariñosamente las nebulosas etiquetas, las muchas teorías; porque sabe de la necesidad que las mueve (que es la nuestra), que mueve como hambre inaudita a aquellos que se lanzan por la borda para darle vida.

Sobre un mapa antiquísimo, quizás el más antiguo de todos, el poeta, ensayista y crítico literario Lázaro Santana (Gran Canaria, 1940) traza en su libro de poemas “Para que exista el navegante” una búsqueda, casi un afán, por encontrar el corazón de la Ysla en las Islas Canarias. La travesía se sabe incierta y la distancia que separa al autor de la torre oscura advierte de que, para llegarse hasta ella, habrá de entregar algo a cambio. Con este reconocer el futuro riesgo y la aventura, el poeta declara:

Es necesario que penetres,
fiel, hasta el centro mismo de tu mente
y que te acoja allí el espíritu:
hecho a su vuelo, en la llama que segrega
el cristal, fúndete —solo una lengua
poseída nombrará mi alfabeto

Osadía o provocación, pocos son los escudos para el navegante que abraza la posibilidad del mástil y su atadura. Ante él el circo del mundo y Sísifo al fondo, siempre al fondo, dedicado a su vida arrastrando la piedra hasta la cima de la montaña. El navegante se amarra al mástil para no enloquecer, para no perderse ni desviarse, a sabiendas de que la posibilidad de llegar al destino deseado es cualquier cosa menos una garantía. El navegante, en este encuentro que convoca un texto frente a un lector, es el crítico literario. Muchas son las preguntas, los enigmas; pocas, las respuestas, y cuando aparecen no son más que pasarelas hacia mayores o distintos interrogantes, hacia otras migas de pan que, con alguna suerte, darán las indicaciones para llegar a tierras todavía desconocidas. Se parte de un precario puerto, y entonces los pasos y los esfuerzos se enhebran un día tras otro, y también la lectura y su experiencia que intenta, torpemente, recordarse. Antes de parte y frente al espejo, el navegante repite ante el espejo su verdad, está solo, es falible, imperfecto. transita el seno de lugares desconocidos, sueños y pesadillas de otros, Así el poeta, el escritor, el crítico literario aceptan también la inquietud que lo conmueve y toda su experiencia, ese temblor que

no tiene otro
fin su canción que acompañarnos,
como un poco de lluvia o un cuerpo amigo:
sin intención de asumirlos,
	ni de usurparlos,
su voz llena la noche donde vives,
la enciende de sonidos que acercan
a ti toda la tierra,
y con ella su ritmo a cuanto dices.
Cuando con la luz de pájaro la luna
viene, él se va buscando otra zona oscura

Ente el texto, el lector siente bajo la epidermis la llegada de la maresía, el síntoma que es el vapor de tiempo corroyendo la chapa de los coches, ese hálito que asciende desde los abismo cotidianos, inútil excepto por el sentido que descubrimos y declaramos en él. Esa es la experiencia creativa, aquella también de la lectura que tan bien conoce el tiempo; cada segundo entre los dientes es potencia de un hambre que se sacia. La lectura atenta —aquella del escritor, del poeta, del traductor y del crítico literario— crece y hace hueco a un hambre aún mayor. Y es en ese instante irrepetible que el el crítica literario descubre la posibilidad de reconocer a la vanidad y el miedo como compañeros inseparables. De idéntica manera, el misterio sale al encuentro de todos los autores y creadores abordándolos con preguntas: ¿ignorarás los peligros del camino? ¿seguirás el rumbo que dicten los cantos de las sirenas? El texto literario es el fruto que ve la luz desde la experiencia de otros y el lector experimentado, en este caso el crítico literario, afronta el reto de reconocer en ella su propia experiencia, junto con las luces y las sombras del viaje que ha de emprender. Desde las primeras líneas, la aparente seguridad del puerto se difumina. Emprender el viaje es aceptar el sitio de las incertezas.

Esta actitud no es sino un sincero reconocimiento de las propias limitaciones, de las propias carencias, pero manifiesta también una intensa intimidad con las fuerzas ocultas de la creación literaria, de los procesos creativos; es una humildad que se hará responsable de la palabra y de los argumentos dados, las imágenes y metáforas construidas para llevar al otro lector su experiencia del texto, a sabiendas de que esta podrá cambiar con el tiempo y de que no es perfecta ni totalizadora. Entregado de esta manera a la lectura, el crítico acepta el sacrificio de su ego como autor al crear un texto desde al que se debe, dando alienta a las alas de una obra que no es la suya sin nunca lastrarla, ni dejar que su vanidad o miedo contaminen su juicio.

Al igual que el poeta se entrega al trabajo del poema, con la conciencia de luchar contra gustos, modas, corrientes, felicitaciones, premios y adulaciones —y la posibilidad de derrotarse—, el crítico literario se ofrece al otro texto, a la experiencia del Otro hecha letra, para alumbrar una intuición no perfecta, cruda en ocasiones, pero que puede nombrar y razonar a lo largo de su propio texto, el texto (re)creado. Esta intuición de la razón que es la crítica literaria empeña sus tentativas en apuntalar los caminos que muestra el texto, aquellos que quiso el autor, pero también la consistencia etéreo o “falsa” de estos cuando, ante la lectura del crítico, no se sostienen naturalmente. El crítico puede indicar también nuevos caminos, a pesar de que sea él, y solo él, el que los vea y reconozca, como también puede no andar caminos que, ya transitados por otros, hayan quedado borrosos sobre la tierra roja, o, simplemente, porque no ha sido capaz de “leerlos”.

Así pues humildad y sacrifico y honradez, porque para que exista el navegante ha de existir, al menos, la intuición de la incerteza, ese destino llamado poesía, el placer de la letra y sus fondos y sombras, amar la vida como mito. Oscuras son las paredes ahora de este mundo —siempre lo fueron— y, sin embargo, entra la luz y el instante se acaricia en nosotros. Es la lectura, el acto de creación que comienza. Y al mirar nuestros pies un vaho de luz delata el color de la tierra que pisamos y llega, entonces, el momento. Ahora es inevitable la causalidad de hablar desnudos aunque siga disponible el disfraz y la máscara. Atrás quedaron los trajes suntuosos, la protección del sol y el día, y vemos acercarse ya las lindes de la selva oscura del poeta. Unas bestias nos cruzan el camino… La diferencia, en esta ocasión, es que nosotros somos las bestias y sus inquisiciones:

¿Quiénes sois? ¿De dónde venís…? ¿Y a dónde vais?

Viejas bestias somos, sabemos el porqué de nuestras preguntas. Incluso nos permitimos lanzarlas con cierto orgullo en el quiebro de la voz… Pero bestias, a fin de cuentas. Sin embargo, para nuestra sorpresa vemos en la pupilas de aquellas bestias que somos nosotros mismos un brinco de sorpresa. Tanto nos conocemos que no nos esperábamos. Y en un claro bajo del bosque bajo la luna, nosotros y las bestias aguardamos en silencio…

En su libro “Una introducción a la teoría literaria”, Terry Eagleton afirma que para que tal teoría (teorías) tuviera existencia cierta debía existir eso que acordamos en llamar Literatura, y ser posible su denuncia, señalarla y delimitarla…. Para que exista la Literatura, la Vida, vivos debe haber caminando los senderos y reconociéndose unos a otros (y sí mismos) en tal arriesgada experiencia. Y para que esa vida sea, de verdad, Vida, el origen y el fin, los múltiples destinos previos, la metas, los puertos, las llegadas deben existir y conocerse. No en vano, existe el Encuentro porque dos (al menos dos) confluyen en el tiempo y el espacio, reuniéndose en un zigoto inicial que es enfrentamiento y confrontación, conflicto de pareceres que, a veces distantes en el espacio y en el tiempo, se reconocen aún siendo desconocidos, simiente de extrañeza. La crítica literaria es uno de los mejores ejemplos del Encuentro, a pesar de todos los empecinados intentos de “purificar” su actividad y modos de los mismos “gérmenes” que la nutren —a saber, experiencia del individuo (re)creador que es el crítico literario—, por vestirla de “cientificismo”. Todos estos intentos, obsesión como otra de inflar de terminología y obscura sintaxis el propio y natural razonamiento, esa insistente obcecación por diseccionar y reducir a sus más ínfimos elementos aquello que, sin sangre ni aire, deja de vivir y de ser Literatura, es solo entendible en su extremo como un verdadero miedo a lo incierto. Pero cuando se acepta que la vida no es más que una madeja de incertezas, ¿qué otra cosa puede ser la Literatura?

El crítico literario acepta el arenal de exigencias en el que avanza su travesía por el desierto; le cercan exigencias, desde todas las lenguas, desde el autor, el poeta, desde el escritor que afirma que el crítico es un autor frustrado y vengativo, que es una marioneta de la industria. Y haberlos haylos. La actualidad de la crítica literaria que llega al gran público exhibe sin pudor un panorama triste y desolador de “sobornos”, ausencia de compromiso literario y vanidad rampante o miedo a la experiencia y razón propias. Además, muchos académicos y estudiosos empeñan su tiempo en acusaciones de otro tipo de crítica, acuartelándose tras muros adrianos de teorías y confites. Y con gusto el crítico literario iniciaría la construcción de su propio búnker subterráneo tras el cual parapetarme, esa otra de torre de marfil o sombra que da el autor “afamado, muerto y ya  reconocido”. A la sombra de maestros y maestrillos se crecen todas élites que, como tales, alejan de sí mismas la propia naturaleza de la Literatura. Encantado estaría, sin duda, y de hecho ocurre así en la actualidad, también con los nuevos escritores. Olvidar la Literatura es olvidar la Vida y sus procesos creativos en pos de la seguridad de la ciencia y el comercio. En esta línea parece manifestarse el crítico literario Antonio Alatorre cuando afirma que:

«En el poeta, la creación tiene un carácter absoluto: él no juzga. El crítico sí juzga, pero en esta tarea no se apoya fundamentalmente en bases científicas, sino en una intuición personal iluminada por la inteligencia… El crítico nos comunica su experiencia del poema. El creador original parte de la emoción suscitada en él por un hecho de la naturaleza, de la humanidad, de su vivencia personal, de su fantasía. El crítico parte de la experiencia que es su contacto con la obra literaria… el crítico, lector privilegiado, dotado no solo de mayor receptividad y de mayor sagacidad literaria, sino también de la capacidad de comunicación, es un espejo mucho más fiel y amplio, mucho más capaz de reflejar en toda su complejidad la esencia de la obra. Las impresiones que en el lector ordinario son difusas e imprecisas, se dan organizadas, coherentes y luminosas en el crítico».

Es precisamente esta condición “bárbara”, fronteriza y limítrofe, esta original punto de encuentro, el que expone al crítico a todo tipo de ataques.

Crítica literaria en Canarias: dos perspectivas

por Javier Hernández Fernández y Ubaldo Suárez Acosta.

(JHF) No existe crítica literaria en Canarias. No existe la crítica literaria de libros que se dedique con autonomía, independencia, coraje y compromiso al análisis y valoración de la obra literaria. Hay, sí, y en cantidad aceptable y con un cierto dinamismo, reseñas, antologías, ensayos literarios e investigación filológica. Pero no crítica de obra literaria. De todas estas “posibilidades críticas”, la reseña es nuestra gran oportunidad perdida. La reseña que leemos por estas latitudes se autolimita a satisfacer la función promocional de la obra y, habitualmente, el mercadeo de favores o la sencilla adoración del amigo. Se lee, sí, una intención metaliteraria, pero se evitan los juicios de valor y estéticos distintos del mero parabién. La función promocional y de felicitación gana tal dimensión que, como un festivo golem gigantesco, ensombrece y aplasta toda pretensión analítica. Y junto a este golem, el autor de la reseña acapara, frecuentemente, tal protagonismo que el libro, objeto, supuestamente, de sus palabras, queda relegado a un plano residual.

El ensayo literario y la investigación filológica sí arriesgan una valoración implícita (la elección del autor de su estudio, por ejemplo) pero ofrecen un perfil incompleto de la obra cuando silencian los naturales vaivenes creativos del autor. En lo que respecta a las antologías, tienden a evitar el compromiso y el riesgo valorativo explícito, eluden la propuesta teórica, la reflexión, la definición de sus porqués, identificar corrientes, estilos, cánones. No se asumen riesgos. Y, sin riesgo, ¿qué nos queda en Canarias de Literatura? Sin pensamiento crítico en Literatura, la Sociedad ahonda su enfermedad, su apatía, y condenamos al individuo a satisfacer la avaricia de los grandes grupos editoriales, al onanismo eterno. Y así, solo el lector, huérfano de alguien que le proponga ese diálogo reflexivo que es la crítica literaria, rodeado de un “qué bueno que es todo”, sospecha de la validez de su literatura más cercana, la rechaza. ¿Acaso lo reducido del territorio nos vuelve acomodaticios y serviciales? ¿Acaso evitamos el riesgo y la responsabilidad de la Literatura? …Algunos dicen “esto es un sitio pequeño, “aquí nos conocemos todos”, “no vale la pena enemistarse con nadie”; “yo también quiero que me publiquen”. Excusas. Instinto de conservación. Ensoñaciones. Falta de interés, falta de perspectiva para la literatura en Canarias.

(US) Al escribir de crítica literaria, nos referimos a la crítica publicada en la sección de Cultura (o similar) y en el suplemento homónimo en los periódicos del archipiélago. Dejaremos, para otra ocasión y por falta de espacio, los espacios en cadenas de televisión y emisoras de radio, aunque no se alejarían demasiado de las conclusiones de este análisis.

El juicio sobre una obra literaria puede terminar con un veredicto positivo u otro negativo. Lo que se publica en Canarias en los medios de comunicación no es crítica nunca, sino elogio, halago o agasajo hiperbolizados. Ya sea por ignorancia, por no herir sensibilidades, por amistad o por conformarse en ser mero soporte promocional, los juicios que se vierten carecen, por lo general, de valor crítico alguno. Por tanto, rompen el pacto de credibilidad que suscriben de manera implícita el autor o autora de la crítica o reseña y su público lector.

Hay otra variedad que no aspira a ser crítica en absoluto, sino que de entrada proclama su derecho a hacerse eco de o a saludar las novedades. El autor del artículo celebra con cierto alborozo la publicación de una obra. Sin embargo, eso tiene trampa: aun sin elogiarla de manera explícita, con la comunicación al gran público de que un libro ha salido a la venta, que es una manera de seleccionar ese libro entre muchos otros, se obtiene el mismo efecto. En estos tiempos en el que los mismos medios de comunicación ya no luchan por atraer lectores/as fieles sino a captar la atención el mayor tiempo posible, no nos podemos llevar a engaño de las verdaderas implicaciones de aquel saludo.

Excepciones aparte, la generalidad de la crítica literaria se basa en el presupuesto de que la literatura canaria (o hecha en Canarias) es frágil y necesita de constante apoyo, fomento y protección. De aquí se deduce que no está madura para recibir reproche alguno. Este presupuesto paternalista es a veces sincero, pero desencaminado, y en otras ocasiones sirve de mero disfraz del amiguismo o de la devolución de compromisos adquiridos, lo que resulta lamentable, como todo engaño.

Quien considere que la cultura canaria sufre de tal debilidad que hay evitarle toda crítica, debería tener en cuenta que la emulación forma parte del aprendizaje de cualquier escritora o escritor. Entronizar obras mediocres como la quintaesencia de la literatura supone confundir, aparte de mentir, no solo al público lector que acabará comprando y leyendo lo que no querría si hubiera estado bien aconsejado, sino a la/el aspirante a literata/o, que acabará tomando como modelos a autoras/es sin talento y copiando modos de escribir que mejor haría en rechazar. La supuesta protección no haría sino minar la cultura que se pretende proteger. Triste destino.

José Rafael Franco, primeras notas

Necesitamos referencias. Referencias desde las cuales poder abordar la realidad, el pasado y ese futuro que, por definición, no existe. Para el hoy de la literatura canaria, me parece fundamental recuperar la obra de aquellos poetas que escribieron en los 90 y que, por diversos motivos, no ha llegado a nosotros con intensidad, o como sería deseable. Y es que, al igual que el recién parido enfrenta una barranquera frenética de estímulos sensitivos, los jóvenes lectores de hoy quedan ciegos ante tanta “oferta lectora”, aunque no sea más que ocio vacío. Y si, además, recordamos que los planes de estudio perpetúan la enseñanza de la Literatura con lecturas ajenas a la lengua que vive el estudiante, la literatura canaria sigue como siempre, atrapada entre el desconocimiento de la mayoría y la publicidad sólo para ciertos autores oficiales, en muchos casos.

Sin embargo, en los años 90 hubo un grupo de poetas denominados “última generación del milenio”, “grupo poético de 1992” o “del redescubrimiento” que, aún hoy, siguen quedando muy cerca “del oído” del lector joven de hoy, con una expresión original. Entre ellos, José Rafael Franco (Gran Canaria 1961-1993), antologado por Antonio García Ysábal, es, a pesar de su fallecimiento prematuro y de su reducida obra conocida (Matemorfosis y Diario de naufragios) uno de los poetas que actualizaron la expresión poética canaria para el siglo 20. El muestrario de poemas que compartimos a continuación se lo debemos al estudioso (ya fallecido) Antonio García Ysábal, quien dio a conocer la obra del poeta en “La Nueva Poesía Canaria” (Verbum, 2001) y “Matemorfosis” (Colección San Borondón ISLA DE SOMBRAS, 2003); obra, esta última, de cuidadísima presentación, publicada tal cual la había preparado el autor.

En “Matemorfosis” leemos un verso que provoca en su expresión, un verso que junto a  poetas como Federico J. Silva y Pedro Flores da comienzo a un nuevo estadio en las letras canarias. En “Matemorfosis” el verso corto, intenso y enigmático por momentos, de corte narrativo, capaz de aflorar y decir, de provocar y conmover lejos de rimas y palabros retorcidos. Obra reducida, sin duda, la de José Rafael Franco, pero que deja una sensación de querer más, la curiosidad por saber hacia dónde habría transcurrido su camino literario.

No implores mi perdón
No me es dado contigo el poder de vivir
Pues la vida es corta
Y mi arte no espera
Y todas mis balas son estos papeles translúcidos
Ahora abro las cortinas de mi ser
para entenderte
Ese crimen por tanto prolongado
Y tenderte la mano del diálogo
Que imploras desde hace tanto

Comprende al fin que la ley es esta

Nos hemos demorado en la estancia del mal.


 ** ** **
En la arena
		TENDIDO al frente

Así se apalanca un cuerpo

		ESTOCADO
		
		Y dos orejas

** ** **
El amor es el lugar del excremento

Y habéis cambiado
Usureros
El sitio
por el producto

** ** **

Tierra de la mar infinita, bosque de lapas, éste, tu pueblo, quinientas mil caras repetidas que se vuelven a ver, que no pueden ver otro pueblo, cuya mirada es ajena y su mito repetido y prestado como las quinientas mil caras de memoria estampada; donde todo nada… la mar, golfo de tanta agua tragaste, nostalgia de piedra cuya agua se hizo nudo en la garganta, mirada de otro ajena a ti, cabo que te quiero cabo, ; oasis al revés, donde todo nada… la mar: tiempo es de dar al continente lo que es suyo, el mito arcádico, el sueño y la aventura de tantos robinsones con pasaje de vuelta, que no pudimos tragar sin devolverlos.

Sobre «Zonas de incertidumbre» de Alba Sabina Pérez

Invitados de honor en este viaje, dejamos atrás las tierras conocidas y sus márgenes para iniciarnos en el disfrute y misterio que nos acoge. Crece en secreto una ausencia con la distancia, un cierto desamparo justo antes de posar los ojos sobre la nueva tierra. A nuestro alrededor, nadie, apenas ruido, metales, alborozo, tabaco y sudor. El guía de esta expedición nos tira del pecho y la cabeza trazando un rumbo germinal que nos mueva. Sabemos, humildemente, que llegaremos a un final, que volveremos al abrigo de nuestro puerto seguro. Mientras tanto, mientras dure el viaje, es imposible la nostalgia, no existe. El tiempo hace sus trucos y no avanza, mientras nos esmeramos en tallar las notas del nuevo mundo sobre las paredes de nuestro vientre; porque es preciso aprehender cada viaje. Y nosotros en su deriva. El viaje ofrece cambio y sorpresa, convertirnos en su depositario y continuador, retozar desnudos sobre la otra realidad, dispuestos a llenarnos de nuevas miradas y reconocer como nuestro el paisaje extraño. El viaje nos sobrevive o no, y no importa si en guagua, avión o metropolitano. Sobrevivir es alimentar la memoria que siempre pierden las toallas al secar.

Zonas de incertidumbre (Pre-Textos, 2019), el nuevo libro de poemas de Alba Sabina Pérez (Tenerife, 1984), ganador además del Premio de Poesía Pedro García Cabrera 2018, presenta al lector 24 poemas en los que pueden reconocerse las ideas del viaje, la nostalgia y el paso del tiempo como las ideas conductoras del libro. Sin embargo, a medida que se avanza en la lectura no se logra identificar una elaboración sólida de tales ideas, no existen metáforas o pensamientos diferenciados que se levanten vivos de los materiales literarios expuestos. Al contrario, se insiste en la fórmula de los poemas que ya presentará la autora en Personne (Ediciones La Palma, 2015), con la salvedad de que, en esta ocasión, no se puede concluir de los poemas, en su totalidad, que sean “correctos”, que cumplan su cometido. Nada, en definitiva, que muestre evolución alguna de la autora, una mirada poética diferenciada, madura ni en curso.

Si bien es cierto que algunos poemas como “Antes de irme, antes de volver”, “El pintor”, “Regreso a la estación” o “La mirada en mitad del Atlántico” pueden llamar la atención del lector, el resto del libro se encarga de arrastrarlo por la superficie, hundiéndolo con poemas como “Salvar a Suzanne”, “La playa roja”, “Las puertas sin mirillas”, “El último de los inviernos rojos”, “Piscina y Baobab de Londres”, “Viajo Budapest”, “El molino que no vio Vermeer” o “Frontera”, sucesivamente, oscilando entre lo insípido, el microrrelato y, directamente, el What The Fuck. Del libro, por tanto, lo más llamativo es el propio título, Zonas de incertidumbre, que a algún lector podría recordar a aquel libro de Hakim Bey, Zona temporalmente autónoma. Un parentesco tangencial, residual.

Además, las ideas que pudiera suscitar el recurso al nombre de lugares extranjeros como títulos de poemas o en el cuerpo de estos (“Everglades”, “Islas Moradas”, “Colima”, “Nueva York”, “Nueva Jersey”, “Jamaica”, “Ámsterdam”, “Londres”, “Copenhague” o”Budapest”) no alcanzan para dar aliento al texto, ni para hilvanar un discurso propio u ofrecer al lector una visión del mundo propia o novedosa. Ni siquiera se descubre una voluntad lúdica o culturalista. Tampoco funcionan otros poemas de título más intimista o reflexivo como “El hotel”, “Apátridas”, “¿Quién entiende tantas costumbres?” o “Poema a una sombra”. De la intención literaria de la autora, apenas nos encontramos con un conjunto de los materiales reunidos que no provoca temblor alguno. No hay aquí esperanza, tan solo un páramo en Tecnicolor sembrado de postales, y la poesía desorientada, buscando adónde, como John Travolta en Pulp Fiction. El lector cierra el libro, por tanto, y nada se trae de vuelta.

Zonas de incertidumbre se trata de un libro pobremente ejecutado, un libro prescindible y, no obstante, premiado: ¿por qué?, ¿alguien del jurado en la sala que pueda y quiera hablar públicamente al respecto de lo sucedido?

Encuentros improbables, I

… Entonces, respondió Almitra: Háblanos del Amor[1]

… Carlomagno luchó por esto, a Il Duce lo ataron de su coche despellejado como un oso y colgado cabeza abajo por esto[1]Del suicidio de Carlos S. queda, entre otras cosas, el recorte del artículo escrito por Juan José Millás, y una serie de palabras sobrerrayadas. El autor, ante su ansiedad mientras espera por Carlos S., cuenta para nosotros el número de lámparas y el número de letras y sílabas de ciertas expresiones. Nos confiesa, «debo obtener el mismo resultado. Si no, sucederá una catástrofe…». El artículo hace de marcador en «El profeta», de Khalil Gibran, que leo a ratos en el baño… Hacia el norte veo a dos hombres que alimentan a 45 palomas y las palomas deambulan en círculos rotos, desperdigadas en grupos de 8 o 10 como si estuvieran unidas por una cuerda giratoria y son las tres en punto… Un suicidio inverso podría ser la conclusión del artículo, pero es solo un pie de foto destacado en mayúsculas bajo la fotografía de Carlos S. Sin embargo, el poeta, traductor y crítico literario insiste en recordar el «cóctel» (las comillas son de J.J. Millás) y el color azulado que, al mezclarlo con el yogur, adquiere, y que toma Carlos S., como despedida… Vivir es un suicidio inverso, de once sílabas si no fuera más que un «largo abrazo»… Un suicidio marcando ahora el lugar del Amor…

… Durkheim concluyó que la tasa de suicidios en los países europeos se mantenía prácticamente constante, y que los «picos» correspondían con épocas de guerra o crisis económicas… Un suicidio marca el lugar de la más alta traición a todos y a todo, aunque habéis de saber que tengo un pájaro azul en el cerebro, por consiguiente… Creo que siempre es preferible la neurosis a la imbecilidad, que el Amor os trillará para dejaros desnudos. Os cercenaré para liberaros de vuestras granzas. Os molerá para sacar a la luz vuestra blancura. Os amasará hasta que quedéis dúctiles. Y luego os colocará sobre el fuego para que podáis convertiros en el pan del festín de Dios3

En el aeropuerto. Estoy en un aeropuerto sin mujeres. «Un aeropuerto sin mujeres es un cementerio, un lugar desolado», me escribe R. Alzala. «El suicidio inverso de la Vida, del Amor», pienso… Cicerón lucho por esto, Jake LaMotta y Waslaw Nijinski, pero alguien nos robó la guitarra4J. Lobo Montenegro, se tumba en el suelo. Es la una y veinte de la noche y alonga una mirada a través de los cristales de la puerta corredera. En el patio dos gatos parecen turnarse para hacer sus nosequé, aunque se intuye que buscan el olor de su propio trasero en la maceta de las cebollas. Sting suena al fondo, y Pinocho sigue aún colgado por sus verdades, pegado y mellizo a su sombra. Sobresaliente entre unas hojas, el poeta, traductor y crítico literario escribe, busca unas penúltimas líneas para hablar del Amor aunque, una vez más, solo alcanza a reconocer la mirada que me acerca a este mundo.

Sin asidero posible. Escurridiza como ella, como tú, como esos cuerpos que busco, cuerpos que encuentro al acostarme y cuando despierto ya de noche sacudido por extraños temblores. Aquí soy una isla pequeña y desnuda, que ofrece, sin querer, la transmutación en creación y luz de la urdimbre que convulsiona la mirada… Dicho todo, y con todo lo que queda por decir… No hay que hacer ahora salvo desembalar… Y permanecer…

… Eppur si muove,Galileo Galilei.


[1]      «Críos en el cielo», poema de Charles Bukowski en traducción de Eduardo Iriarte Goñi; también las notas 4 y 5


[1]      «El profeta», de Khalil Gibran. También la nota 3.

Por afectación

POR AFECTACIÓN…

Por afectación a la fama y la etiqueta de “escritor”, “intelectual” o “poeta”, por afectación a la desidia (y bastante)… Se podrá decir esto y hacerlo deprisa al hablar de ciertos “escritores o poetas” —y perder, como yo, el tiempo en ello. Sin más se podrá señalar a sus pretenciosos textos y quedarse uno tan tranquilo —mentira, pues se crecen las incertidumbres, las bestias enervadas. Pero no nos encumbremos tampoco nosotros. Sobre ellos, sobre esos despreocupados por juntar letras sin más y sin tino, sobre sus letras de mil y un agasajos, premiadas, podremos decir “Llaneza, muchacho: no te encumbres; que toda afectación es mala” y, también, “Esos esdrújulos, esos palabros, ese espejo ¡redios! ¡A ver si lo limpiamos!”. Podremos decirlo, sin duda, pero después de enviar nuestro consejo “no pedido”, nada queda tras el pecho salvo una pertinente y coja inseguridad, un dolor, una cierta tristeza. Nos equivocaremos pocas o muchas veces, pero hablo aquí se esa profunda intuición desapegada que empuja con violencia a señalar “¡Eso no es Poesía! ¡Qué haces, por Eolo!… Pero no menos honesta será nuestra intención y honestidad para hacer frente a esas letras a la que se les nota el truco y, a las que como a las mentiras, se les coge antes que a un cojo, a pesar de su “fama”, las etiquetas, los reconocimientos y los parabienes. En el mejor de los casos, a tales escritores (hablemos en general) les ha podido el ímpetu y la ilusión… Con suerte, claro.

Parecía apuntar Cervantes con ese “Llaneza, muchacho” la tendencia que muestran determinadas personas —aquí, poetas, escritores, críticos literarios, intelectuales y muchas otras— para hablar de manera engoada y retorcida, para ubicar sin acierto una trombosis de referencias culturales con las que —entre otros recursos y por algún extraño vicio o creencia— quieren emular o significar elegancia, saber, trayectoria, hondura, precognición, conocimiento, élite… Nada más lejos de la realidad. Con suerte será aquello la muestra difusa de una intuición creativa, una, la que sea; pero con suerte y nada más… Y es así catastrófico que ellos mismos no lo sepan (triste, incluso; doloroso) pues se inflan de ciertos encumbres y pasarelas de premios, titulares varios mientras sabotean lo que, en muchos casos, en un deseo real de avanzar en las Letras… Catastrófico (y exagero, sin duda), como esos premios que no entienden la necesidad de poder declararse desiertos… Desierto es un cruel y bella palabra… Ya lo decía Lázaro Carreter, la afectación es ese “defecto que comete un escritor u orador cuando se aparta viciosamente de lo natural”. Pero ¿qué es lo natural en Poesía?… Sin meterse en coche de tres puertas, el diccionario de la RAE matiza, al respecto de la afectación, que esta es la “extravagancia presuntuosa en la manera de hablar” o que consiste en “poner demasiado estudio y cuidado en las palabras”… Afectación… ”bonita palabra. Lástima que medio larga…”, y lástima que eso de “poner demasiado estudio y cuidado en las palabras” tanto valga para los escritores entregados a las Letras —locos o no, vanidosos o no, obsesos por el saber y la Letra o no— como para los que solo quieren la fama, un sueldo, o la cabeza de sus ídolos hecha careta para ellos… Curioso… o no, pero ese tipo de “autores” haberlos haylos, autores que nada aportan al organismo literario, que pretenden (e insisten) en vestirse con el traje del rey desnudo, con la seda de la mona, con ese ropaje que creen brillante y que nada, sin embargo, resiste ante una lectura crítica, atenta y desapegada de famas… Ciertamente, hay casos que duelen… “Llaneza muchacho, no te encumbres”, eso me tengo que recordar ante semejantes “intelectuales” y “escritores”que tanto demuestran una inexplicable suerte en el ruedo (o red de contactos), como un débil conocimiento vivo y doloroso de esa “intuición”, de ese presentimiento que desarma y arrodilla… Por afectación; por falta de humildad, o debido a una vanidad sin correa que la ate en corto —aunque esté mal decirlo por mi parte… En el mejor de los casos, y con suerte, por exceso de ímpetu o inocencia…

            Y sin embargo, existen. Y está bien que así sea.