Historia de los muros blancos

Una ficción (o recuerdo) sobre el turismo (y anotaciones sobre «Planeta Turista»).

En todos los lugares hay un Sur y el Sur es siempre el Sur, aunque le cambien el nombre… Esto pienso a las tres de la mañana mientras acabo un Las seis menos cuarto en el reloj. Aparta de los ojos el cansancio acumulado de 9 años trabajando en el hotel. Se incorpora en la cama y da los buenos días a la lumbalgia. Él duerme aún vestido de trabajo sobre el sillón. Inclina hacia atrás la cabeza para olisquear el aire y reconoce el rastro de aceite y tabaco que familiarmente le delata desde hace 5 años. Cuánto más cerca están del final del mes, más huelen los cojines a cigarro, a sartén, a freidoras.

Ella se levanta y va directa al baño, se baja los pantalones del pijama hasta los tobillos, se sienta. El calor de la cama parece concentrarse exclusivamente bajo sus nalgas y en caída libre, como el vaho de un recuerdo que ve alejarse cada vez más. Acaba y se limpia, y maniobra hacia la cocina mientras se sube los pantalones. Prepara el desayuno, leche con gofio, barcas de pan caliente con mantequilla. En veinte minutos ya está lista y despierta a su hija y la viste, le da de comer, añade un sándwich de jamón y queso para el recreo del colegio. Aún no ha comenzado a amanecer cuando salen de casa y la chiquilla da los últimos mordiscos a la fruta, y llegan así al coche poniéndose ambas el abrigo. A las seis y cuarenta ya están en casa de los abuelos y ella se despide de la hija con un beso que huele  a café y tabaco. La niña arruga la nariz y los ojos, siempre lo hace, es un olor familiar que no sabe si le gusta o le desagrada.

Llega al hotel diez minutos antes de la hora. Aprovecha para escuchar la radio y fumarse otro cigarrillo. Cuando llegan las compañeras todo son prisas y la cháchara de siempre, a veces las más jóvenes cuentan algún cotilleo, a veces las más viejas, a veces salta un chiste cuando hubo resaca o fiesta. Las camareras de piso destapan y arreglan el día siempre antes de que lleguen ellos… Ellos,  hoy se esperan por decenas o centenas, después de más de 8 horas de viaje. A menudo se arrastran fuera del transfer hasta la entrada del hotel, a veces esbozan una sonrisa, a veces los mueven unos automatismos educados, a veces ni eso o todo lo contrario. Frente a ellos, quien les recibe; el recepcionista intercambia las primeras palabras amables, se pone a su disposición, les informa acerca del mapa donde poder satisfacer su felicidad durante la estancia. Y ellos, al otro lado siendo otros, siendo El Otro con tendencia a alienar a otros sin motivo y con absoluta despreocupación, sin control y con todo incluido.

Con ellos tratan María, la recepcionista, Anne y Mohamed, camarera y ayudante de camarero, Luisa María y Gehard, Guayarmina y Toni, también del departamento de recepción y relaciones públicas. Todos ellos trabajan 8 horas diarias, cinco, seis, siete, ocho y hasta 10 días seguidos (según convenios); ellos trabajan para el Turismo en el mostrador de recepción, ahí donde los rostros se difuminan con el paso de las horas y a penas sí queda un acento, un color de piel, unas dimensiones corporales, unos olores… Todo esto y más acontece en ese no-lugar al que los autores David Guijosa, Acerina Cruz y Samir Delgado han denominado Planeta Turista, y desde el cual esas visiones personales y, a la vez, confluyentes, de la vida en zona turística, y que publican con la Editorial Amargord.

Planeta Turista es la culminación del proyecto Leyendo el Turismo, puesto en marcha por los autores allá por XXX años y que no han dejado de mover por diferentes ciudades de las Islas y otros puntos de España. Es, además, una demostración clara y necesaria de la creatividad posible, y a la que muchas veces obliga por una simple cuestión de salud mental, la vida en zona turística. Desde ese lugar de arquitecturas variables y despersonalizadas, donde las lenguas se mezclan y las culturas se penetran y drogan unas a otros hasta quedar inconsciente, David Guijosa, Acerina Cruz y Samir Delgado han rescatado recuerdos, experiencias, sueños y pesadillas para ofrecernos su visión personalísima del turismo. Esta visión, que parece reducirse a unas experiencias de juventud, llegan al papel con la crítica que infiltra la mirada y la vida adulta, habitada como está de vacíos y soledades que sobreviven el paso del tiempo. Esta mezcla de deja restos, pesados posos de café u otras drogas que, en algún momento, el joven “de aquí” prueba como miel del paraíso turístico, Auténticos insiders del no-lugar de las playas, las piscinas y la crema de coco,  intentado capturar toda la poesía posible que su experiencia como insiders en

“El turismo es sinónimo de esclavitud, siempre que la riqueza generada no sea ecuánime y nunca lo es. Esclavos que pagan las facturas de otros esclavos. Con este modelo siempre continuaremos perpetuando la misma basura”

, dijo Eleanor A. Pero el turista moderno no se sabe un número, un producto más. El turista no quiere pensar que allá fuera

“otros están viviendo como allá, en casa”…

Pero evitemos el drama, por favor, y que corran los daikiris y los sex on the beach, quedémonos con el teatro y los mirones de las dunas. El éxito sonríe a Canarias, dice el Canarias7, en el Planeta Turista.

El mostrador es el teatro humano por excelencia del hotel, la realidad de una supervivencia que enfrenta, a diario, el peso de una sombra informe que se agita y nos mira desde arriba, perpetua y amenazante, profunda y oscura como la lengua de un gusano de leche él).