Rara vez podrá encontrarse en el medio literario de Canarias un crítica literaria que sea, como el propio adjetivo indica, una crítica respecto al libro que es objeto de su lectura y análisis. Eso ya lo sabemos. Se estila, eso sí, la reseña promocional y de amigo. Y esto, también lo sabemos. Estas reseñas satisfacen, exclusivamente, el objetivo de difundir la noticia de tal o cual nuevo libro, resaltando para ello las virtudes que el editor, el periodista cultural o amigo del escritor o escritora consideren pertinente; también, en ocasiones, tales reseñas pagan «compromiso» o «favor» amistoso y debido. En otros casos, (haberlos haylos) los autores de esas reseñas serán lectores entusiastas, lectores que, normalmente son también escritores, poetas o filólogos, los autores que volcarán su emocionada lectura. La lectura crítica será, en ambos nidos, una rara avis. Primarán los fines publicitarios, en las primeras, y lo emocional en las segundas, con el añadido en estas de que tal emoción se vestirá, con mayor o menor éxito, de erudición, verdad o ecuanimidad y distancia.
En todos estos casos, y como es tradicional, el texto de la reseña se muestra firmado por un autor. Dicha firma actúa como garantía de autoría. Es decir, mediante su firma el autor de la reseña proclama «Yo he leído este libro y estas son mis ideas al respecto. Que también he elaborado yo mismo». La firma, por tanto, es también un compromiso. Sin embargo, así no parece entenderlo Josefa Molina Rodríguez en su texto «Madurez poética», pretendida reseña sobre el libro de poemas «Música para un arjé», del poeta Antonio Arroyo Silva, publicada en el suplemento cultural El Perseguidor (11 de abril de 2021). Este texto abre con Josefa Molina Rodríguez parafraseando la contraportada del mencionado libro para, acto seguido, comenzar a relatar una conversación con el poeta del libro que pretende reseñar. En esta conversación, el poeta le habría confiado la valoración que el conocido crítico literario Jorge Rodríguez Padrón dio por escrito, privadamente. En otras palabras, la autora firma un texto que se pretende reseña sin ofrecer, en ningún momento, el resultado de su propia lectura. Ofrece, eso sí, y en primicia, las citas de una conversación privada que el autor del libro mantuvo con un reconocido crítico literario.
Desconozco si Jorge Rodríguez Padrón está al tanto de este hecho o si dio su consentimiento para el uso público de un intercambio epistolar privado. Lo cierto es que basta leer el texto de la «reseña» (algunos dirán que es una «crónica periodística») para darse cuenta de que las luces estaban apagadas y que la ética o la vergüenza «ya si eso… otro día y tal».