“Música para un arjé” (Ediciones La Palma, 2021) es el libro más logrado de Antonio Arroyo Silva (La Palma, 1957), autor de 14 libros de poemas entre los cuales “Las horas muertas” recibió el Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez, en su edición del año 2019. Para aquellas personas que quisieran tomar un primer contacto con la obra de este poeta, recomendaría «Música para un arjé», no sin antes avisar de que la voz que leemos en este libro poco o nada tiene que ver con aquella voz del poeta en títulos anteriores. Es este hecho el que más llama la atención e intriga nada más comenzar el libro y aunque a medida que vamos leyendo comenzamos a «reconocer» al poeta que leíamos en otros libros anteriores, no por ello deja de ser una hecho llamativo.
La poesía que busca Antonio Arroyo Silva materializa versos de lenguaje sencillo que, no obstante, no ocultan el gusto del poeta por emplear palabras que extrañen al lector. Desde estas coordenadas iniciales, el poeta gusta de dar a sus poemas un tono que de cierta «épica emotiva» o de «altos sentimientos e ideas» que hacen pensar que las ideas del poeta acerca de la poesía y la creación literaria corresponden, de alguna manera, a un cierto clasicismo o tradicionalismo de la belleza. Es esta tendencia, imagen (¿espejismo?) o aspiración la que la que seduce al poeta hacia determinados exceso y distracciones. En otras palabras, si en los poemas de “Música para un arjé” reflejan una mirada, un pensamiento poético más contenido y sostenido en el tiempo del poema, y de aquello que lo fecunda, en comparación con otros libros del autor, también delatan que al poeta le cuesta resistirse a la palabra, el verso y la estrofa de más. A estos excesos añadimos varios poemas que facilmente sobran, atendiendo al conjunto del texto. sobrarían
Es cierto que estos excesos podrían entenderse también como otro tipo de distracciones pues el poeta, al escribir de más, se aparta del curso natural del poemta, buscando en ocasiones el verso o cierre ingenioso, o para alimentar una pretensión de profundidad que no ha ido alimentando desde el inicio del poema. Al retorcer el discurrir de las ideas del poema se abre la puerta a las contradicciones, a afirmar o exponer una idea y, acto seguido, su contraria sin que esta oposición haga parte de la tensión del poema. Y ya distraído, el poeta olvida despojarse de lo accesoria, desvía su atención a las afueras de la claridad de su pensamiento en el poeta.
El porqué de tales excesos y distracciones podríamos explicarlo si conociésemos el proceso de confección del libro y sus poemas; sabiendo, acaso, qué concesiones se hizo a sí mismo el poeta y cuándo cedió (si tiene conciencia de ello) ante la dependencia o cercanía emocional respecto a tal o cual texto o, simplemente, a sus apetitos o vanidades. Sin estas pistas, poco podemos hacer más que elucubrar acerca del compromiso del poeta con el hábito, perpetuo y necesario, de inquisición del poema, con el ritual de descortezarlo hasta que se muestra tal cual es, y no como querría el poeta.
Ya para terminar, desde un punto de vista «numérico, tras leer dos veces “Música para un arjé” el resultado es que el total de poemas con valoración neutra, floja o negativa duplica al número de aquellos poemas rotundos (4) y aceptables (8). De ahí que la lectura nos arroje a la paradójica sensación de tener la certeza de haber leído el libro más logrado del autor, aquel en el más se ha despojado de “vicios” y, al mismo tiempo, saber que el autor no fue capaz (tampoco en este libro) de continuar esa senda que abre con determinados poemas y que le habrían permitido dotar al libro de un mayor peso poético.
A continuación, una muestra de poemas del libro:
Anochecen también los artilugios. Los árboles no están, ni los gorriones; las palabras no llegan a la boca que las dice ni al simple gesto que las modifica. Alguien se va con la lluvia, se va y vuelve árbol o gorrión o palabra ya sin diente, sin canto. Lluvia blanca, árbol negro, ¿dónde la sensación de izarlos hasta el ahogo? Anochecen también los artilugios y la materia azul que los sostiene al instante de ser inalterables. Yo anochezco con ellos por si al amanecer no le siguiera un precario abandono. ***
Bébete el agujero y el musgo azul de la mareta antes de saber lo que es el agua, antes del ahogo y la asfixia amarilla de la luz. El eco quedará de ti temblando en una pausa, mientras el agua cruje bajo los pies del tiempo. ***
Agua de la sequía, ni la ausencia te pudiera beber ni el pensamiento, acaso, te pudiera pensar. Yo no sé de ese hueso que el agua dejó en tierra, sus meandros, nervaduras, esas huellas calizas de haber sido el trasiego de muertes que llegaron del mar. Cierro los ojos: te veo en mis entrañas, no saciando.