Reseña a “Música para un arjé”, de Antonio Arroyo Silva

“Música para un arjé” (Ediciones La Palma, 2021) es el libro más logrado de Antonio Arroyo Silva (La Palma, 1957), autor de 14 libros de poemas entre los cuales “Las horas muertas” recibió el Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez, en su edición del año 2019. Para aquellas personas que quisieran tomar un primer contacto con la obra de este poeta, recomendaría «Música para un arjé», no sin antes avisar de que la voz que leemos en este libro poco o nada tiene que ver con aquella voz del poeta en títulos anteriores. Es este hecho el que más llama la atención e intriga nada más comenzar el libro y aunque a medida que vamos leyendo comenzamos a «reconocer» al poeta que leíamos en otros libros anteriores, no por ello deja de ser una hecho llamativo.

La poesía que busca Antonio Arroyo Silva materializa versos de lenguaje sencillo que, no obstante, no ocultan el gusto del poeta por emplear palabras que extrañen al lector. Desde estas coordenadas iniciales, el poeta gusta de dar a sus poemas un tono que de cierta «épica emotiva» o de «altos sentimientos e ideas» que hacen pensar que las ideas del poeta acerca de la poesía y la creación literaria corresponden, de alguna manera, a un cierto clasicismo o tradicionalismo de la belleza. Es esta tendencia, imagen (¿espejismo?) o aspiración la que la que seduce al poeta hacia determinados exceso y distracciones. En otras palabras, si en los poemas de “Música para un arjé” reflejan una mirada, un pensamiento poético más contenido y sostenido en el tiempo del poema, y de aquello que lo fecunda, en comparación con otros libros del autor, también delatan que al poeta le cuesta resistirse a la palabra, el verso y la estrofa de más. A estos excesos añadimos varios poemas que facilmente sobran, atendiendo al conjunto del texto. sobrarían

Es cierto que estos excesos podrían entenderse también como otro tipo de distracciones pues el poeta, al escribir de más, se aparta del curso natural del poemta, buscando en ocasiones el verso o cierre ingenioso, o para alimentar una pretensión de profundidad que no ha ido alimentando desde el inicio del poema. Al retorcer el discurrir de las ideas del poema se abre la puerta a las contradicciones, a afirmar o exponer una idea y, acto seguido, su contraria sin que esta oposición haga parte de la tensión del poema. Y ya distraído, el poeta olvida despojarse de lo accesoria, desvía su atención a las afueras de la claridad de su pensamiento en el poeta.

El porqué de tales excesos y distracciones podríamos explicarlo si conociésemos el proceso de confección del libro y sus poemas; sabiendo, acaso, qué concesiones se hizo a sí mismo el poeta y cuándo cedió (si tiene conciencia de ello) ante la dependencia o cercanía emocional respecto a tal o cual texto o, simplemente, a sus apetitos o vanidades. Sin estas pistas, poco podemos hacer más que elucubrar acerca del compromiso del poeta con el hábito, perpetuo y necesario, de inquisición del poema, con el ritual de descortezarlo hasta que se muestra tal cual es, y no como querría el poeta.

Ya para terminar, desde un punto de vista «numérico, tras leer dos veces “Música para un arjé” el resultado es que el total de poemas con valoración neutra, floja o negativa duplica al número de aquellos poemas rotundos (4) y aceptables (8). De ahí que la lectura nos arroje a la paradójica sensación de tener la certeza de haber leído el libro más logrado del autor, aquel en el más se ha despojado de “vicios” y, al mismo tiempo, saber que el autor no fue capaz (tampoco en este libro) de continuar esa senda que abre con determinados poemas y que le habrían permitido dotar al libro de un mayor peso poético.

A continuación, una muestra de poemas del libro:

Anochecen también los artilugios.
Los árboles no están, ni los gorriones;
las palabras no llegan a la boca que las dice
ni al simple gesto
que las modifica. Alguien se va
con la lluvia, se va y vuelve árbol
o gorrión o palabra ya sin diente,
sin canto. Lluvia blanca, árbol negro,
¿dónde la sensación de izarlos
hasta el ahogo?

Anochecen también los artilugios
y la materia azul que los sostiene
al instante de ser inalterables.
Yo anochezco con ellos
por si al amanecer no le siguiera
un precario abandono.

***

Bébete el agujero y el musgo
azul de la mareta antes de saber
lo que es el agua, antes del ahogo
y la asfixia amarilla de la luz.

El eco quedará 
de ti temblando en una pausa,
mientras el agua cruje
bajo los pies del tiempo.

***

Agua de la sequía, ni la ausencia
te pudiera beber ni el pensamiento,
acaso, te pudiera pensar. Yo no sé
de ese hueso que el agua dejó 
en tierra, sus meandros, nervaduras,
esas huellas calizas de haber sido
el trasiego de muertes que llegaron
del mar. Cierro los ojos:
te veo en mis entrañas, no saciando.

Ser poeta en Canarias está mal visto

Ser poeta en Canarias está mal visto. Porque hay demasiados, abundantes como cucarachas. Pero, bueno, tampoco debemos extrañarnos. Nuestro clima y cultura lo permiten todo. Además, toda sociedad que se precie no puede permitirse tener poetas, sin más. Necesita “grandes poetas”. Ahora bien, un poeta no se puede autodenominar “gran poeta”, por aquello de la humildad y de un mínimo sentido del ridículo. Conscientes de esta acuciante necesidad, de vital importancia para la supervivencia de la literatura canaria, nuestros próceres culturales han dado un paso al frente para defender la grandeza de nuestras Letras. Esta, nuestra vanguardia social, ya saben, políticos adoradores de la cultura, periodistas culturales, reseñadores, presidentes de instituciones y revistas culturales, científicas y literarias, amén de algunos bienintencionados y enérgicos entusiastas de la Literatura, han decidido enfrentar las limitaciones que impone vilmente la metrópolis, bárbara, corrupta, caciquil y castradora. Para ello, han ideado la más eficaz de las estrategias. De hecho, hace ya unos años que la aplican, sigilosa y pacientemente, ocultos a la mirada de los perversos poderes hegemónicos. Gracias a ellos, la literatura canaria va recuperando, poco a poco, el altar que merece, su lugar en la Literatura Universal.

El procedimiento es sencillo y, por ello, elegante. Nadita más anteponen el adjetivo apócope “gran” (o “grandes”) al nombre del poeta que quieran promocionar. De esta manera, para al presentar a tales poetas dirán “Contaremos con la participación de Fulanito y Menganito, grandes poetas de nuestras letras” o “y nos acompañarán las grandes poetas Fulana y Mengana”. Este encomiable trabajo exigue, no obstante, que nuestros defensores realicen un pequeño sacrificio. Ahora, por el bien común, habrán de hacerse los suecos cuando les repliquen que esos a los que llama “grandes poetas” son poetas que no han tenido aún vida vivida como para conformar una gran obra; habrán de negar que se entregan al simple entusiasmo (o al puro afán promocional) cuando denominan “grandes poetas” a aquellos con poco o ningún talento, o a los que les falta trabajar ese talento en el tiempo. Habrán de esquivar a los inquisidores que les pregunten, impertinentes, qué voz acabada asoma ya, particular, suficiente y constante, además de novedosa y heterogénea en su contexto, en los versos de esos “grandes poetas”, cuando lo que se lee en sus versos son ideas distraídas, encantadas en las revuletas de sus formas, con sus espejismos sobre la página; sin ideas aún propias capaces de reelaborar la realidad.

Coitados nuestros salvadores. Exponen sus flaquezas, sus carencias, sus limitaciones, sus ansias de grandeza, su apatía intelectual (verdadero aplatanamiento), sus deseos sentirse parte activa e integrante de una gran tradición de grandes poetas, aún vivos, a las que arrimar sus nombres. ¡Acudamos en su ayuda! Gritemos: ¡En Canarias solo hay grandes poetas!

«La comedia sin dios», ¡nuevo libro!

La poesía es una de las formas del conocimiento y, en ella, los poemas materializan las ideas que la animan y ensanchan. “La comedia sin dios” reúne un conjunto de poemas que, tras 11 años de escritura y reflexión sobre la soledad, el cambio, el amor y el deseo, la muerte, el dolor y el miedo, ficcionalizan el resultado de tales reflexiones.

«La comedia sin dios» es este primer intento poético de señalar, sobre un mapa inacabable, unas coordenadas que pueda reconocer como propias.

Aquí algunos poemas:

Espacio inerte este cielo asediado
y encinto de cenizas. Las horas
ejecutan aquí su condena,
su poco vientre comerciando soledad.

Podría abandonarme ahora sobre un lecho
de algas, bajo bolsas de plástico blanco.
Y huirme

***
     

 
te miras en el cristal
de una ventana,
en el espejo o
en el retrovisor,
y allí te descubres.
Reconoces en ti
el temblor e intentas
esconderte. Sabes,
entonces, que no vas
a llorar, hoy no
repica desahogo,
y no vale la pena.
En este preciso
instante alguien posa
de nuevo los párpados
sobre tus ojos.

*** 

    
No sé qué luz es esta,
en este patio, a estas
cinco y media de la tarde.
No sé qué luz, pero ya
es sobre los faroles
de cobre, bajo las tejas
verdes, frente a la ropa
tendida que aún seca
por navidad.
Promesas, de paz y recuerdos,
que acompañan hoy dos medias
vidas separadas por unas sillas.

 
No sé qué luz es esta,
en este patio, a estas
cinco y media de la tarde.
No sé qué luz, pero ya
es sobre los faroles
de cobre, bajo las tejas
verdes, frente a la ropa
tendida que aún seca
por navidad.
Promesas, de paz y recuerdos,
que acompañan hoy dos medias
vidas separadas por unas sillas.
 

 
***
 

    
Puerto preñado. Son engendros
metálicos que lo habitan liberando
sus esporas, ruido en el aire para la luz
y cabezas sobre una arena negra
presa de negros luceros.

Útero extraño, el puerto.
Extraños los huesos quebrados
sobre aceite de motor y excrementos,
el llanto de máquinas sin memoria
ofrecido a seres enjaulados tras los cristales.
     

 
***
 

    
He sobrevivido a la lengua
que estrangulabas tras los dientes.
De esa misma lengua brotaron
todas las flores que masticamos juntos.</em>

***
 

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José Rafael Franco, primeras notas

Necesitamos referencias. Referencias desde las cuales poder abordar la realidad, el pasado y ese futuro que, por definición, no existe. Para el hoy de la literatura canaria, me parece fundamental recuperar la obra de aquellos poetas que escribieron en los 90 y que, por diversos motivos, no ha llegado a nosotros con intensidad, o como sería deseable. Y es que, al igual que el recién parido enfrenta una barranquera frenética de estímulos sensitivos, los jóvenes lectores de hoy quedan ciegos ante tanta “oferta lectora”, aunque no sea más que ocio vacío. Y si, además, recordamos que los planes de estudio perpetúan la enseñanza de la Literatura con lecturas ajenas a la lengua que vive el estudiante, la literatura canaria sigue como siempre, atrapada entre el desconocimiento de la mayoría y la publicidad sólo para ciertos autores oficiales, en muchos casos.

Sin embargo, en los años 90 hubo un grupo de poetas denominados “última generación del milenio”, “grupo poético de 1992” o “del redescubrimiento” que, aún hoy, siguen quedando muy cerca “del oído” del lector joven de hoy, con una expresión original. Entre ellos, José Rafael Franco (Gran Canaria 1961-1993), antologado por Antonio García Ysábal, es, a pesar de su fallecimiento prematuro y de su reducida obra conocida (Matemorfosis y Diario de naufragios) uno de los poetas que actualizaron la expresión poética canaria para el siglo 20. El muestrario de poemas que compartimos a continuación se lo debemos al estudioso (ya fallecido) Antonio García Ysábal, quien dio a conocer la obra del poeta en “La Nueva Poesía Canaria” (Verbum, 2001) y “Matemorfosis” (Colección San Borondón ISLA DE SOMBRAS, 2003); obra, esta última, de cuidadísima presentación, publicada tal cual la había preparado el autor.

En “Matemorfosis” leemos un verso que provoca en su expresión, un verso que junto a  poetas como Federico J. Silva y Pedro Flores da comienzo a un nuevo estadio en las letras canarias. En “Matemorfosis” el verso corto, intenso y enigmático por momentos, de corte narrativo, capaz de aflorar y decir, de provocar y conmover lejos de rimas y palabros retorcidos. Obra reducida, sin duda, la de José Rafael Franco, pero que deja una sensación de querer más, la curiosidad por saber hacia dónde habría transcurrido su camino literario.

No implores mi perdón
No me es dado contigo el poder de vivir
Pues la vida es corta
Y mi arte no espera
Y todas mis balas son estos papeles translúcidos
Ahora abro las cortinas de mi ser
para entenderte
Ese crimen por tanto prolongado
Y tenderte la mano del diálogo
Que imploras desde hace tanto

Comprende al fin que la ley es esta

Nos hemos demorado en la estancia del mal.


 ** ** **
En la arena
		TENDIDO al frente

Así se apalanca un cuerpo

		ESTOCADO
		
		Y dos orejas

** ** **
El amor es el lugar del excremento

Y habéis cambiado
Usureros
El sitio
por el producto

** ** **

Tierra de la mar infinita, bosque de lapas, éste, tu pueblo, quinientas mil caras repetidas que se vuelven a ver, que no pueden ver otro pueblo, cuya mirada es ajena y su mito repetido y prestado como las quinientas mil caras de memoria estampada; donde todo nada… la mar, golfo de tanta agua tragaste, nostalgia de piedra cuya agua se hizo nudo en la garganta, mirada de otro ajena a ti, cabo que te quiero cabo, ; oasis al revés, donde todo nada… la mar: tiempo es de dar al continente lo que es suyo, el mito arcádico, el sueño y la aventura de tantos robinsones con pasaje de vuelta, que no pudimos tragar sin devolverlos.

Federico J. Silva, primeras notas

Nada se acerca más al vacío que el poema. Pero incluso el más exiguo puede estar impregnado del éter poético y, al mismo tiempo, llegar azorado por los vientos del vértigo sentimentalista, el ahogo expresivo o la vanidad del autor, del verso por el verso rimado y los palabros. El poema, por sí solo, no produce luz; de la misma forma que una sensibilidad más desarrollada, honda o receptiva no hace al poeta… Es preciso un autoconocimiento de sí mismo, una cierta profundidad en las cargas bélicas; una conciencia estructurada y en orden o feliz o caóticamente consciente y con cierto estilo. Algo que decir… Es necesaria una mano capaz de señalar el lugar de las mareas que perpetran el asalto del poeta y lo nublan…

La poesía exige un compromiso personal, un reconocimiento de las propias limitaciones para que el verso no quede en tentativa, en lagrimeo o vanidad, que sea más que una línea de ojos pintarrajeada bajo la larga sombra del ego… De ahí que el poema sea, a veces, un espacio tridimensional habitado por nubes separadas entre sí y que el poeta, en ocasiones, no llega a unir en un nuevo ser, sueño, órgano, vómito o pesadilla, paisaje aprensible y real, al menos para el Otro… Los efectos de la poesía se sienten cuando la hay (igual que la materia oscura), cuando provoca en el lector, cuando es capaz de guiarlo hacia una experiencia hasta ese momento desconocida o velada… Y es en estas coordenadas, donde nada parece acercarse a una certeza, a una definición absoluta y radical (acomodaticia), donde cada individuo debe aceptar su parte de responsabilidad y libertad, y donde podemos conocer la poesía a través de Federico J. Silva (Gran Canaria, 1963).

Federico J. Silva es la voz poética más original (publicada hasta el momento y con obra personalísima) de la poesía canaria y que, aún en este recién comenzado siglo 21, se defiende perfectamente sobre un cuadrilátero. Sin duda, hay y habrá poetas jóvenes que sepan ponerla en aprietos (¡y es necesario que así sea!), pero no deja de ser la propuesta del grancanario una poética sólida, un diálogo constante con otras tradiciones y autores (vivos y muertos), además de (o sobre todo) con el lector y su lengua… todo un reto. Federico J. Silva no hace concesiones en sus poemas y exige complicidad y esfuerzo, sentido del humor ( tan necesario en los poetas); da una bofetada en sus primeras lecturas… Además, lejos de propuestas «facilistas» o de rápida sensibilidad, Federico J. Silva no duda en asumir sus armas (y riesgos) para usarlas y actualizarlas, mientras a horcajadas de una cuasiomnipresente fina ironía, derriba monstruos de la vieja dama polvorienta y la siempre joven tradición latinoamericana.

Sin duda, a los poemas de J. Silva se le puede señalar con rotundidad y crítica ese nivel de exigencia, las piruetas lingüísticas que comparte para llegar a la poesía; las «malas» maneras de un léxico acrobático (pero no superfluo) que parece no preocuparse en comunicar; el ser un «extremista» del lenguajePero, si se puede hacer, es porque hay fondo y porqués en todo ello; porque existe la novedad y la extrañeza en los poemas, un profundo distanciamiento de la sensiblería y de las romanticonas ideas, del elitismo, que otros se han empeñado en perpetuar sobre los poetas y la poesía. Ante todo, se intuye un trabajo de minero detrás de los versos, de ahí que los planteamientos de Federico J. Silva provoquen en varios direcciones, desde las más «técnicas» hasta las que afectan al lector y su lectura… Así, una muestra como un par de ojos:

Hijos de pauta

Sí
decididamente yo soy
yo soy un hombre que ha roto
más de un plato
que escupe para arriba sesenta
veces por segundo
que señala con el dedo
a quien esconde la piedra
y nos da la mano
a quien matar quiere dos pájaros
de un tiro

 ̶yo vivo en guerra con los hombres
y en paz contra mis entrañas ̶

he de morirme me moriré
de un ataque de víscceras quizá
solo y en mi sangre perfumado
pero no de asco
contemplándolos
los sintripas
los reversibles
los transferibles
los inercambiables
los que una prótesis tienen de pasión
con la etiqueta colgando
 ̶si no queda satisfecho le devolvemos
su dinero ̶
los del corazón de zarzuela
los que simulan llevar ruedas
pequeñas
en la bicicleta
los de hombreras en el alma
los cocodrilos sin conjuntivitis
los envasados en tetrabik al vacío
los inmunizadores sinmaculados
los hermeneutas inconvincentes
los hermenetuas neumatizados
los efervescentes artificiales
los inodoros
los incoloros
los insípidos
los freevolos sin alas
los que hay que ver
cada ver
cada vergüenza
cada cadáver


(de Sea de quien la mar no teme airada)
Con destinatario

yo miro tus ojos como se mira un índice
a ti			estoy destinado
aliterada clandestina de mis versos
amotinada en la bibliografía de mis versos
obstinada mente			tintinean
 ̶te quiero es la onomatopeya ̶ mis huesos
te quiero es la onomatopeya de mis huesos

sin ti
nada es
guillotina de los relojes
plenilunio sin retinas
tinieblas tinieblas

sin ti nieve soy
sin ti niebla soy
sin ti náufrago voy
patinadora de mi sangre

salvo tus ojos todo es ilusión


(de La luz que nos hiera) 

Crítica del juicio

sobre gustos hay demasiado
escrito
de gustibus non est disputandum
pero yo soy uno de esos
que siempre
preferiremos la mujer
que nos pise los ojos
que nos escupa las manos
especialmente las reincidentes




Historia autocrítica

hace unos siglos
para qué engañarnos
la habría arrastrado por los cabellos
como a una sabina
la hubiera raptado
la hubiera comprado
con catorce años de pastoreo
por tres o cuatro camellos permutado
pero oiga me alegro
pese a todo
de no poder
arrastrarla raptarla permutarla
comprarla
de que sea libre hasta
la desolación y la congoja
y de tener que escribirle estos poemas
tan feos como camellos
por ver como no sucumbe a mis deseos
civilizados

Espíritu olímpico

el sexo contigo es el único deporte
donde lo que me importa es participar"


"Un objeto sexual"

me mandaba a callar
 ̶come y calla ̶
entre sus muslos

sólo te soporto me repetía
cuando te tengo debajo
o con la boca llena

me gustas cuando callas
 ̶bilingüísmo d las ingles ̶
y estás como

(de A un amar adverso)

Imprecisiones sobre el tiempo de otro poema

Salgo de mi casa. Me dirijo a la parada de guaguas. Tengo el tiempo algo justo para llegar y coincidir con el transporte urbano justo a tiempo. Voy con algo de prisa porque no me puedo fiar de ninguno de los relojes. El reloj de muñeca siempre retrasa cinco minutos, pero la hora que muestra el teléfono móvil me hace dudar. En esta ocasión, no camino por en medio de la carretera todo el trayecto hasta el paso de peatones, sino que me subo a la acera a mitad de camino. Saludo a un vecino, que solo conozco de vista, y paso, a velocidad constante y acelerada, junto a varios parterres con árboles, pequeñas piedras, alguna que otra planta en miniatura y diversos excrementos de perro. Y encuentro una tórtola muerta…

Una tórtola muerta en la calle,
	estirada en una esquina de un parterre

Sin embargo mi paso sigue, no se para, sé que quiero llegar lo antes posible a la parada y, esta vez, no voy a dejarme llevar por la impresión de la tórtola muerta. Mi mente, sin embargo, se ha quedado junto a ella. Su mirada se perdía muerta a la altura de mi pies, bajo la línea de los tobillos, destacando su gris blanquecino y polvoriento sobre el marrón negruzco de la tierra húmeda. La miré menos de una milésima de segundo y su imagen viajó a la velocidad de la luz hasta mis ojos. Allí, cada glóbulo ocular invirtió la imagen y la traslado a través del nervio óptico hasta los dos hemisferios cerebrales. El cerebro, entonces, de una manera inconscientemente instantánea, certificó la muerte del animal y ordenó levantar levantar el cadáver. No hay nada que hacer. Ha muerto.

Sobre su pecho,
	una esmeralda verde de un millón de ojos
	ausculta el corazón del ave:
	ya murió. Y no late…

Y seguí andando. En mi cabeza había quedado atrapada la imagen de la tórtola muerta sobre la tierra. La semilla del poema, su idea primera…

…Una tórtola muerta, en la esquina de un pequeño parterre, una mosca verde con sus miles de lentes oculares, saboreando con su boca el cuerpo del ave. La muerte en cuerpo y figura en ese pedazo de naturaleza manipulada que es un parterre; el Tiempo dejaba su huella, la causalidad. La paloma muerta atraería, más tarde, a otros insectos, como las hormigas y cucarachas, estimularía el olfato de gatos y perros callejeros, y, quizás, algún ave rapaz divisaría el cuerpo quieto desde las alturas y picaría el aire hasta él. A medida que seguí caminando, sin haber llegado aún a mi destino, viajé hacia el futuro para crear el poema. En el futuro, la paloma sería devorada por la putrefacción, la tierra aceptaría su cuerpo como lenta ofrenda y, con ella, alimentaría a sus vástagos, a las raíces,  a los pequeños insectos subterráneos, a las bacterias fotofóbicas…

La tierra reclama el cuerpo
	para sus hijos,
	las raíces plañideras
	curvan el torso
	y ofrecen sus lágrimas

Pero mi cerebro no fue el único en firmar certificados de defunción. Los sanitarios de urgencias locales alertaron a los  médicos de guardia y hasta allí se acercó, antes que yo, un forense. Afamado galeno de la muerte, de la reconocida familia Calliphridae, aquella mosca verde botella pisaba el pecho muerto del ave, bajaba la boca y chupaba, meticulosamente. Tal era su entrega al acto consumidor que solo me miró de reojo cuando pasé a su lado. Y aunque deseé que se marchara de un salto, perturbada por mi mirada de reproche inocente, colaboró en el poema, que seguía su propio desarrollo:

La mosca verde recoge sus útiles de medicina
y hace una reverencia:
ya llegan las hormigas
haciendo antorchas de las colillas en triste procesión

Ya llegaba a la parada de guaguas cuando escuché a lo lejos una melodía judía de violines y violonchelos dulces y oscuros. Al final de la calle, imaginé una procesión de hormigas portando antorchas, poniendo en cada paso un ritmo moribundo de zombis que solo piensan en sí mismos, al ritmo, quizás, de Beirut y March of Zapotec.

El poema ¿final?

Una tórtola muerta en la calle,
	estirada en una esquina de un parterre.
	Sobre su pecho,
	una esmeralda verde de un millón de ojos
	ausculta el corazón del ave:
	ya murió. Y no late…
	La tierra reclama el cuerpo	
	para sus hijos,
	las raíces plañideras
	curvan el torso
	y ofrecen sus lágrimas.
	La mosca verde recoge sus útiles de medicina
	y hace una reverencia:
	ya llegan las hormigas
	haciendo antorchas de las colillas en triste procesión.

El poema final nunca llega. Muta una y otra vez, engaña con sus amagos. Cuando se despide y te da la tarea por hecha, es cuando más debes desconfiar. A poco que le des la espalda comienza a alimentarse del todo y de la nada, y crece, a otro ritmo, y en silencio; también en nuestro ser. No obstante, siempre aceptamos durante cierto tiempo que tal o cual versión es la final. Entre los versos que anoté en el bloc de notas y que fue posteriormente publicado hay diferencias que nacieron justo en el momento de la transcripción; incluso hoy, ya en 2013, el poema ha cambiado, leve pero efectivamente. Cuando vuelvo sobre los versos escritos a mano, los retengo una vez más en la memoria a corto plazo y, al mismo tiempo que los visualizo, la industria de la imaginación me aviso: los reconozco, sí; todavía, aún no ha pasado mucho tiempo… Y casi amenaza con otra versión… Y así sucede que podría afirmar que, en casi todos los poemas, este es el principal o el más claro de los procesos creativos, este vaivén de barca anclada en el mar, a la idea-germen del poema. La cadena que se hunde en el mar con el ancla como punta afilada, la historia de la tórtola muerte, es lo que no ha cambiado:

…una tórtola muerte; un doctor que certifica su muerte con millones de ojos; el Tiempo que vendrá y ofrecerá el ave a la tierra, como alimento para sus hijos; la hormigas que hacen antorchas mortuorias de las colillas del suelo…

La historia no cambia. Las imágenes permanecen casi sin modificación. Algunos versos han cambiado. De alguna manera ha tenido lugar un proceso de destrucción y creación, de reciclaje incluso, del poema. Las imágenes se pliegan a la historia, la historia de perfila, las imágenes discuten su intensidad, su conveniencia y veracidad dentro de la tira de fotogramas. El fondo de mi mente bulle, respira, hincha su pecho y se hace con las ideas que aportan las imágenes para cuestionar cómo de profundo han llegado en mi ser. Es cierto que seguí caminando, que no me dejé bucear en el acontecimiento de la muerte de la tórtola, que no navegué su muerte, su mirada, su última rama. No me detuve a contemplarla. Pero, de alguna manera, sí lo hice. Nunca dejé de estar junto al cadáver y nunca abandoné su cuerpo. Caminó conmigo, subió junto a mi la calle Fray Luis de León hasta bajar por el pasaje Samaritano y llegar a la calle principal de Tamaraceite. La contemplación tuvo lugar aunque seguramente no con la profundidad oportuna. No obstante, las marcas que dejó la tórtola persistieron, y el poema, tanto en su versión primera como en la publicada, contribuyen a que las imágenes permanezcan ahí, a mano; al igual que la historia.

Un poema debe producir extrañeza, debe plasmar su decir, su historia, su imagen, su reflexión mental; sumergir su mano e intentar alcanzar el fondo abisal de nuestro ser y del lector. La impresión siempre varía. La profundidad y las reacciones o sensaciones nunca son las mismas; pero son todas estas y más variables las que, al final, dan un raro cómputo o resultado final que es, al mismo tiempo, siempre variable…

Y el poema cambia una vez más:

Una tórtola muerta en la calle
estirada en una esquina de un parterre.
Sobre su pecho,
una forense de bata verde y un millón de ojos
ausculta el corazón del ave:
ya murió. Y no late…
La tierra reclama el cuerpo
para sus hijos,
las raíces plañideras
curvan el torso
y ofrecen sus lágrimas.
El doctor recoge sus útiles de medicina
y hace una reverencia:
ya llegan las hormigas,
iluminan el paso con colillas para la triste procesión.