«La comedia sin dios», ¡nuevo libro!

La poesía es una de las formas del conocimiento y, en ella, los poemas materializan las ideas que la animan y ensanchan. “La comedia sin dios” reúne un conjunto de poemas que, tras 11 años de escritura y reflexión sobre la soledad, el cambio, el amor y el deseo, la muerte, el dolor y el miedo, ficcionalizan el resultado de tales reflexiones.

«La comedia sin dios» es este primer intento poético de señalar, sobre un mapa inacabable, unas coordenadas que pueda reconocer como propias.

Aquí algunos poemas:

Espacio inerte este cielo asediado
y encinto de cenizas. Las horas
ejecutan aquí su condena,
su poco vientre comerciando soledad.

Podría abandonarme ahora sobre un lecho
de algas, bajo bolsas de plástico blanco.
Y huirme

***
     

 
te miras en el cristal
de una ventana,
en el espejo o
en el retrovisor,
y allí te descubres.
Reconoces en ti
el temblor e intentas
esconderte. Sabes,
entonces, que no vas
a llorar, hoy no
repica desahogo,
y no vale la pena.
En este preciso
instante alguien posa
de nuevo los párpados
sobre tus ojos.

*** 

    
No sé qué luz es esta,
en este patio, a estas
cinco y media de la tarde.
No sé qué luz, pero ya
es sobre los faroles
de cobre, bajo las tejas
verdes, frente a la ropa
tendida que aún seca
por navidad.
Promesas, de paz y recuerdos,
que acompañan hoy dos medias
vidas separadas por unas sillas.

 
No sé qué luz es esta,
en este patio, a estas
cinco y media de la tarde.
No sé qué luz, pero ya
es sobre los faroles
de cobre, bajo las tejas
verdes, frente a la ropa
tendida que aún seca
por navidad.
Promesas, de paz y recuerdos,
que acompañan hoy dos medias
vidas separadas por unas sillas.
 

 
***
 

    
Puerto preñado. Son engendros
metálicos que lo habitan liberando
sus esporas, ruido en el aire para la luz
y cabezas sobre una arena negra
presa de negros luceros.

Útero extraño, el puerto.
Extraños los huesos quebrados
sobre aceite de motor y excrementos,
el llanto de máquinas sin memoria
ofrecido a seres enjaulados tras los cristales.
     

 
***
 

    
He sobrevivido a la lengua
que estrangulabas tras los dientes.
De esa misma lengua brotaron
todas las flores que masticamos juntos.</em>

***
 

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Fauna literaria

Los bonobos (I)

Sin duda alguna, el bonobo es uno de los animales, junto con las cucarachas, que mejor representa con sus comportamientos y rituales a la mayoría de escritores canarios. Sí, poetas también. Los escritores en Canarias son juguetones y cariñosos, sociales y muy sociables en redes sociales, como los bonobos. A toda costa eluden el conflicto con artes diversas, incluso cuando alguna dignidad o valentía intelectual exigiría lo contrario, por aquello de aportar al desarrollo del pensamiento en la cultura y la sociedad donde escriben y publican, donde compran sus libros y los agasajan con premios y son invitados a participar en talleres, festivales y eventos diversos.

Entre estos bonobos literarios (lat. litterarum bonobo), los comportamientos a lo zorro y a la múa son las tácticas predilectas con las cuales algunos individuos satisfacen sus objetivos o ambiciones individuales. Y hablar de ambición para este grupo de bonobos, ya es exagerar. No obstante, si algún individuo muestra un carácter “innovador” y, por ejemplo, declama espontáneamente ideas o razonamientos (de algún brillo) ante el grupo o lanza abiertamente un tenique (o un pedazo de mierda) al aire, si bien que mal disimuladamente dirigido a los otros, esconderá luego la mano, ágil y rápidamente, por mucho que lo delaten miradas de desaprobación. Eso sí, antes de esconderla  se regodeará en la gracia, técnica y brillo de su gesto y palabras. En estas situaciones, y justo después de las miradas de desaprobación, aparece invariablemente la figura del “protector”, ese bonobo que siempre negará en su protegido otras intenciones distintas de las que este afirme, irguiéndose incluso como único intérprete válido de los gestos y palabras de su protegido.

Por lo tanto, según el protector, sería erróneo percibir algún afán violento o de violentar la paz social en la piedra que su defendido libera del yugo de su propia mano. Así, tirar la mierda y esconder la mano mientras se detiene el gesto grácil e inteligente del pensamiento creador, no será, por tanto, cosa distinta del primitivo gesto del juego: exhibicionista por definición y sin lugar para que se pueda hablar de cobardía. En otras palabras, la elocuencia de la piedra apenas buscaría recordar a los demás primates la diferente vitalidad, el destacado lugar dentro del grupo de aquel que ejecuta su lanzamiento; por otro lado, siempre humilde, desapegado, pues la mano se esconde rechazando todo protagonismo.

Parecen olvidar estos traviesos ejemplares que no son así diferentes al resto, ni siquiera a aquellos que más menosprecian. La piedra, la negación de sus intenciones (y de explicarlas o aclararlas), la actitud esquiva de su propia mano no es otra cosa que una manera más de llamar la atención con el pobre objetivo de conseguir un “quiéreme y acaríciame”. Y, como buenos bonobos, acabar follando unos con otros (virtualmente, al menos) para descargar tensiones y frustraciones, satisfaciendo de paso la propia vanidad.