Crítica literaria en Canarias: dos perspectivas

por Javier Hernández Fernández y Ubaldo Suárez Acosta.

(JHF) No existe crítica literaria en Canarias. No existe la crítica literaria de libros que se dedique con autonomía, independencia, coraje y compromiso al análisis y valoración de la obra literaria. Hay, sí, y en cantidad aceptable y con un cierto dinamismo, reseñas, antologías, ensayos literarios e investigación filológica. Pero no crítica de obra literaria. De todas estas “posibilidades críticas”, la reseña es nuestra gran oportunidad perdida. La reseña que leemos por estas latitudes se autolimita a satisfacer la función promocional de la obra y, habitualmente, el mercadeo de favores o la sencilla adoración del amigo. Se lee, sí, una intención metaliteraria, pero se evitan los juicios de valor y estéticos distintos del mero parabién. La función promocional y de felicitación gana tal dimensión que, como un festivo golem gigantesco, ensombrece y aplasta toda pretensión analítica. Y junto a este golem, el autor de la reseña acapara, frecuentemente, tal protagonismo que el libro, objeto, supuestamente, de sus palabras, queda relegado a un plano residual.

El ensayo literario y la investigación filológica sí arriesgan una valoración implícita (la elección del autor de su estudio, por ejemplo) pero ofrecen un perfil incompleto de la obra cuando silencian los naturales vaivenes creativos del autor. En lo que respecta a las antologías, tienden a evitar el compromiso y el riesgo valorativo explícito, eluden la propuesta teórica, la reflexión, la definición de sus porqués, identificar corrientes, estilos, cánones. No se asumen riesgos. Y, sin riesgo, ¿qué nos queda en Canarias de Literatura? Sin pensamiento crítico en Literatura, la Sociedad ahonda su enfermedad, su apatía, y condenamos al individuo a satisfacer la avaricia de los grandes grupos editoriales, al onanismo eterno. Y así, solo el lector, huérfano de alguien que le proponga ese diálogo reflexivo que es la crítica literaria, rodeado de un “qué bueno que es todo”, sospecha de la validez de su literatura más cercana, la rechaza. ¿Acaso lo reducido del territorio nos vuelve acomodaticios y serviciales? ¿Acaso evitamos el riesgo y la responsabilidad de la Literatura? …Algunos dicen “esto es un sitio pequeño, “aquí nos conocemos todos”, “no vale la pena enemistarse con nadie”; “yo también quiero que me publiquen”. Excusas. Instinto de conservación. Ensoñaciones. Falta de interés, falta de perspectiva para la literatura en Canarias.

(US) Al escribir de crítica literaria, nos referimos a la crítica publicada en la sección de Cultura (o similar) y en el suplemento homónimo en los periódicos del archipiélago. Dejaremos, para otra ocasión y por falta de espacio, los espacios en cadenas de televisión y emisoras de radio, aunque no se alejarían demasiado de las conclusiones de este análisis.

El juicio sobre una obra literaria puede terminar con un veredicto positivo u otro negativo. Lo que se publica en Canarias en los medios de comunicación no es crítica nunca, sino elogio, halago o agasajo hiperbolizados. Ya sea por ignorancia, por no herir sensibilidades, por amistad o por conformarse en ser mero soporte promocional, los juicios que se vierten carecen, por lo general, de valor crítico alguno. Por tanto, rompen el pacto de credibilidad que suscriben de manera implícita el autor o autora de la crítica o reseña y su público lector.

Hay otra variedad que no aspira a ser crítica en absoluto, sino que de entrada proclama su derecho a hacerse eco de o a saludar las novedades. El autor del artículo celebra con cierto alborozo la publicación de una obra. Sin embargo, eso tiene trampa: aun sin elogiarla de manera explícita, con la comunicación al gran público de que un libro ha salido a la venta, que es una manera de seleccionar ese libro entre muchos otros, se obtiene el mismo efecto. En estos tiempos en el que los mismos medios de comunicación ya no luchan por atraer lectores/as fieles sino a captar la atención el mayor tiempo posible, no nos podemos llevar a engaño de las verdaderas implicaciones de aquel saludo.

Excepciones aparte, la generalidad de la crítica literaria se basa en el presupuesto de que la literatura canaria (o hecha en Canarias) es frágil y necesita de constante apoyo, fomento y protección. De aquí se deduce que no está madura para recibir reproche alguno. Este presupuesto paternalista es a veces sincero, pero desencaminado, y en otras ocasiones sirve de mero disfraz del amiguismo o de la devolución de compromisos adquiridos, lo que resulta lamentable, como todo engaño.

Quien considere que la cultura canaria sufre de tal debilidad que hay evitarle toda crítica, debería tener en cuenta que la emulación forma parte del aprendizaje de cualquier escritora o escritor. Entronizar obras mediocres como la quintaesencia de la literatura supone confundir, aparte de mentir, no solo al público lector que acabará comprando y leyendo lo que no querría si hubiera estado bien aconsejado, sino a la/el aspirante a literata/o, que acabará tomando como modelos a autoras/es sin talento y copiando modos de escribir que mejor haría en rechazar. La supuesta protección no haría sino minar la cultura que se pretende proteger. Triste destino.

José Rafael Franco, primeras notas

Necesitamos referencias. Referencias desde las cuales poder abordar la realidad, el pasado y ese futuro que, por definición, no existe. Para el hoy de la literatura canaria, me parece fundamental recuperar la obra de aquellos poetas que escribieron en los 90 y que, por diversos motivos, no ha llegado a nosotros con intensidad, o como sería deseable. Y es que, al igual que el recién parido enfrenta una barranquera frenética de estímulos sensitivos, los jóvenes lectores de hoy quedan ciegos ante tanta “oferta lectora”, aunque no sea más que ocio vacío. Y si, además, recordamos que los planes de estudio perpetúan la enseñanza de la Literatura con lecturas ajenas a la lengua que vive el estudiante, la literatura canaria sigue como siempre, atrapada entre el desconocimiento de la mayoría y la publicidad sólo para ciertos autores oficiales, en muchos casos.

Sin embargo, en los años 90 hubo un grupo de poetas denominados “última generación del milenio”, “grupo poético de 1992” o “del redescubrimiento” que, aún hoy, siguen quedando muy cerca “del oído” del lector joven de hoy, con una expresión original. Entre ellos, José Rafael Franco (Gran Canaria 1961-1993), antologado por Antonio García Ysábal, es, a pesar de su fallecimiento prematuro y de su reducida obra conocida (Matemorfosis y Diario de naufragios) uno de los poetas que actualizaron la expresión poética canaria para el siglo 20. El muestrario de poemas que compartimos a continuación se lo debemos al estudioso (ya fallecido) Antonio García Ysábal, quien dio a conocer la obra del poeta en “La Nueva Poesía Canaria” (Verbum, 2001) y “Matemorfosis” (Colección San Borondón ISLA DE SOMBRAS, 2003); obra, esta última, de cuidadísima presentación, publicada tal cual la había preparado el autor.

En “Matemorfosis” leemos un verso que provoca en su expresión, un verso que junto a  poetas como Federico J. Silva y Pedro Flores da comienzo a un nuevo estadio en las letras canarias. En “Matemorfosis” el verso corto, intenso y enigmático por momentos, de corte narrativo, capaz de aflorar y decir, de provocar y conmover lejos de rimas y palabros retorcidos. Obra reducida, sin duda, la de José Rafael Franco, pero que deja una sensación de querer más, la curiosidad por saber hacia dónde habría transcurrido su camino literario.

No implores mi perdón
No me es dado contigo el poder de vivir
Pues la vida es corta
Y mi arte no espera
Y todas mis balas son estos papeles translúcidos
Ahora abro las cortinas de mi ser
para entenderte
Ese crimen por tanto prolongado
Y tenderte la mano del diálogo
Que imploras desde hace tanto

Comprende al fin que la ley es esta

Nos hemos demorado en la estancia del mal.


 ** ** **
En la arena
		TENDIDO al frente

Así se apalanca un cuerpo

		ESTOCADO
		
		Y dos orejas

** ** **
El amor es el lugar del excremento

Y habéis cambiado
Usureros
El sitio
por el producto

** ** **

Tierra de la mar infinita, bosque de lapas, éste, tu pueblo, quinientas mil caras repetidas que se vuelven a ver, que no pueden ver otro pueblo, cuya mirada es ajena y su mito repetido y prestado como las quinientas mil caras de memoria estampada; donde todo nada… la mar, golfo de tanta agua tragaste, nostalgia de piedra cuya agua se hizo nudo en la garganta, mirada de otro ajena a ti, cabo que te quiero cabo, ; oasis al revés, donde todo nada… la mar: tiempo es de dar al continente lo que es suyo, el mito arcádico, el sueño y la aventura de tantos robinsones con pasaje de vuelta, que no pudimos tragar sin devolverlos.

Federico J. Silva, primeras notas

Nada se acerca más al vacío que el poema. Pero incluso el más exiguo puede estar impregnado del éter poético y, al mismo tiempo, llegar azorado por los vientos del vértigo sentimentalista, el ahogo expresivo o la vanidad del autor, del verso por el verso rimado y los palabros. El poema, por sí solo, no produce luz; de la misma forma que una sensibilidad más desarrollada, honda o receptiva no hace al poeta… Es preciso un autoconocimiento de sí mismo, una cierta profundidad en las cargas bélicas; una conciencia estructurada y en orden o feliz o caóticamente consciente y con cierto estilo. Algo que decir… Es necesaria una mano capaz de señalar el lugar de las mareas que perpetran el asalto del poeta y lo nublan…

La poesía exige un compromiso personal, un reconocimiento de las propias limitaciones para que el verso no quede en tentativa, en lagrimeo o vanidad, que sea más que una línea de ojos pintarrajeada bajo la larga sombra del ego… De ahí que el poema sea, a veces, un espacio tridimensional habitado por nubes separadas entre sí y que el poeta, en ocasiones, no llega a unir en un nuevo ser, sueño, órgano, vómito o pesadilla, paisaje aprensible y real, al menos para el Otro… Los efectos de la poesía se sienten cuando la hay (igual que la materia oscura), cuando provoca en el lector, cuando es capaz de guiarlo hacia una experiencia hasta ese momento desconocida o velada… Y es en estas coordenadas, donde nada parece acercarse a una certeza, a una definición absoluta y radical (acomodaticia), donde cada individuo debe aceptar su parte de responsabilidad y libertad, y donde podemos conocer la poesía a través de Federico J. Silva (Gran Canaria, 1963).

Federico J. Silva es la voz poética más original (publicada hasta el momento y con obra personalísima) de la poesía canaria y que, aún en este recién comenzado siglo 21, se defiende perfectamente sobre un cuadrilátero. Sin duda, hay y habrá poetas jóvenes que sepan ponerla en aprietos (¡y es necesario que así sea!), pero no deja de ser la propuesta del grancanario una poética sólida, un diálogo constante con otras tradiciones y autores (vivos y muertos), además de (o sobre todo) con el lector y su lengua… todo un reto. Federico J. Silva no hace concesiones en sus poemas y exige complicidad y esfuerzo, sentido del humor ( tan necesario en los poetas); da una bofetada en sus primeras lecturas… Además, lejos de propuestas «facilistas» o de rápida sensibilidad, Federico J. Silva no duda en asumir sus armas (y riesgos) para usarlas y actualizarlas, mientras a horcajadas de una cuasiomnipresente fina ironía, derriba monstruos de la vieja dama polvorienta y la siempre joven tradición latinoamericana.

Sin duda, a los poemas de J. Silva se le puede señalar con rotundidad y crítica ese nivel de exigencia, las piruetas lingüísticas que comparte para llegar a la poesía; las «malas» maneras de un léxico acrobático (pero no superfluo) que parece no preocuparse en comunicar; el ser un «extremista» del lenguajePero, si se puede hacer, es porque hay fondo y porqués en todo ello; porque existe la novedad y la extrañeza en los poemas, un profundo distanciamiento de la sensiblería y de las romanticonas ideas, del elitismo, que otros se han empeñado en perpetuar sobre los poetas y la poesía. Ante todo, se intuye un trabajo de minero detrás de los versos, de ahí que los planteamientos de Federico J. Silva provoquen en varios direcciones, desde las más «técnicas» hasta las que afectan al lector y su lectura… Así, una muestra como un par de ojos:

Hijos de pauta

Sí
decididamente yo soy
yo soy un hombre que ha roto
más de un plato
que escupe para arriba sesenta
veces por segundo
que señala con el dedo
a quien esconde la piedra
y nos da la mano
a quien matar quiere dos pájaros
de un tiro

 ̶yo vivo en guerra con los hombres
y en paz contra mis entrañas ̶

he de morirme me moriré
de un ataque de víscceras quizá
solo y en mi sangre perfumado
pero no de asco
contemplándolos
los sintripas
los reversibles
los transferibles
los inercambiables
los que una prótesis tienen de pasión
con la etiqueta colgando
 ̶si no queda satisfecho le devolvemos
su dinero ̶
los del corazón de zarzuela
los que simulan llevar ruedas
pequeñas
en la bicicleta
los de hombreras en el alma
los cocodrilos sin conjuntivitis
los envasados en tetrabik al vacío
los inmunizadores sinmaculados
los hermeneutas inconvincentes
los hermenetuas neumatizados
los efervescentes artificiales
los inodoros
los incoloros
los insípidos
los freevolos sin alas
los que hay que ver
cada ver
cada vergüenza
cada cadáver


(de Sea de quien la mar no teme airada)
Con destinatario

yo miro tus ojos como se mira un índice
a ti			estoy destinado
aliterada clandestina de mis versos
amotinada en la bibliografía de mis versos
obstinada mente			tintinean
 ̶te quiero es la onomatopeya ̶ mis huesos
te quiero es la onomatopeya de mis huesos

sin ti
nada es
guillotina de los relojes
plenilunio sin retinas
tinieblas tinieblas

sin ti nieve soy
sin ti niebla soy
sin ti náufrago voy
patinadora de mi sangre

salvo tus ojos todo es ilusión


(de La luz que nos hiera) 

Crítica del juicio

sobre gustos hay demasiado
escrito
de gustibus non est disputandum
pero yo soy uno de esos
que siempre
preferiremos la mujer
que nos pise los ojos
que nos escupa las manos
especialmente las reincidentes




Historia autocrítica

hace unos siglos
para qué engañarnos
la habría arrastrado por los cabellos
como a una sabina
la hubiera raptado
la hubiera comprado
con catorce años de pastoreo
por tres o cuatro camellos permutado
pero oiga me alegro
pese a todo
de no poder
arrastrarla raptarla permutarla
comprarla
de que sea libre hasta
la desolación y la congoja
y de tener que escribirle estos poemas
tan feos como camellos
por ver como no sucumbe a mis deseos
civilizados

Espíritu olímpico

el sexo contigo es el único deporte
donde lo que me importa es participar"


"Un objeto sexual"

me mandaba a callar
 ̶come y calla ̶
entre sus muslos

sólo te soporto me repetía
cuando te tengo debajo
o con la boca llena

me gustas cuando callas
 ̶bilingüísmo d las ingles ̶
y estás como

(de A un amar adverso)

Imprecisiones sobre el tiempo de otro poema

Salgo de mi casa. Me dirijo a la parada de guaguas. Tengo el tiempo algo justo para llegar y coincidir con el transporte urbano justo a tiempo. Voy con algo de prisa porque no me puedo fiar de ninguno de los relojes. El reloj de muñeca siempre retrasa cinco minutos, pero la hora que muestra el teléfono móvil me hace dudar. En esta ocasión, no camino por en medio de la carretera todo el trayecto hasta el paso de peatones, sino que me subo a la acera a mitad de camino. Saludo a un vecino, que solo conozco de vista, y paso, a velocidad constante y acelerada, junto a varios parterres con árboles, pequeñas piedras, alguna que otra planta en miniatura y diversos excrementos de perro. Y encuentro una tórtola muerta…

Una tórtola muerta en la calle,
	estirada en una esquina de un parterre

Sin embargo mi paso sigue, no se para, sé que quiero llegar lo antes posible a la parada y, esta vez, no voy a dejarme llevar por la impresión de la tórtola muerta. Mi mente, sin embargo, se ha quedado junto a ella. Su mirada se perdía muerta a la altura de mi pies, bajo la línea de los tobillos, destacando su gris blanquecino y polvoriento sobre el marrón negruzco de la tierra húmeda. La miré menos de una milésima de segundo y su imagen viajó a la velocidad de la luz hasta mis ojos. Allí, cada glóbulo ocular invirtió la imagen y la traslado a través del nervio óptico hasta los dos hemisferios cerebrales. El cerebro, entonces, de una manera inconscientemente instantánea, certificó la muerte del animal y ordenó levantar levantar el cadáver. No hay nada que hacer. Ha muerto.

Sobre su pecho,
	una esmeralda verde de un millón de ojos
	ausculta el corazón del ave:
	ya murió. Y no late…

Y seguí andando. En mi cabeza había quedado atrapada la imagen de la tórtola muerta sobre la tierra. La semilla del poema, su idea primera…

…Una tórtola muerta, en la esquina de un pequeño parterre, una mosca verde con sus miles de lentes oculares, saboreando con su boca el cuerpo del ave. La muerte en cuerpo y figura en ese pedazo de naturaleza manipulada que es un parterre; el Tiempo dejaba su huella, la causalidad. La paloma muerta atraería, más tarde, a otros insectos, como las hormigas y cucarachas, estimularía el olfato de gatos y perros callejeros, y, quizás, algún ave rapaz divisaría el cuerpo quieto desde las alturas y picaría el aire hasta él. A medida que seguí caminando, sin haber llegado aún a mi destino, viajé hacia el futuro para crear el poema. En el futuro, la paloma sería devorada por la putrefacción, la tierra aceptaría su cuerpo como lenta ofrenda y, con ella, alimentaría a sus vástagos, a las raíces,  a los pequeños insectos subterráneos, a las bacterias fotofóbicas…

La tierra reclama el cuerpo
	para sus hijos,
	las raíces plañideras
	curvan el torso
	y ofrecen sus lágrimas

Pero mi cerebro no fue el único en firmar certificados de defunción. Los sanitarios de urgencias locales alertaron a los  médicos de guardia y hasta allí se acercó, antes que yo, un forense. Afamado galeno de la muerte, de la reconocida familia Calliphridae, aquella mosca verde botella pisaba el pecho muerto del ave, bajaba la boca y chupaba, meticulosamente. Tal era su entrega al acto consumidor que solo me miró de reojo cuando pasé a su lado. Y aunque deseé que se marchara de un salto, perturbada por mi mirada de reproche inocente, colaboró en el poema, que seguía su propio desarrollo:

La mosca verde recoge sus útiles de medicina
y hace una reverencia:
ya llegan las hormigas
haciendo antorchas de las colillas en triste procesión

Ya llegaba a la parada de guaguas cuando escuché a lo lejos una melodía judía de violines y violonchelos dulces y oscuros. Al final de la calle, imaginé una procesión de hormigas portando antorchas, poniendo en cada paso un ritmo moribundo de zombis que solo piensan en sí mismos, al ritmo, quizás, de Beirut y March of Zapotec.

El poema ¿final?

Una tórtola muerta en la calle,
	estirada en una esquina de un parterre.
	Sobre su pecho,
	una esmeralda verde de un millón de ojos
	ausculta el corazón del ave:
	ya murió. Y no late…
	La tierra reclama el cuerpo	
	para sus hijos,
	las raíces plañideras
	curvan el torso
	y ofrecen sus lágrimas.
	La mosca verde recoge sus útiles de medicina
	y hace una reverencia:
	ya llegan las hormigas
	haciendo antorchas de las colillas en triste procesión.

El poema final nunca llega. Muta una y otra vez, engaña con sus amagos. Cuando se despide y te da la tarea por hecha, es cuando más debes desconfiar. A poco que le des la espalda comienza a alimentarse del todo y de la nada, y crece, a otro ritmo, y en silencio; también en nuestro ser. No obstante, siempre aceptamos durante cierto tiempo que tal o cual versión es la final. Entre los versos que anoté en el bloc de notas y que fue posteriormente publicado hay diferencias que nacieron justo en el momento de la transcripción; incluso hoy, ya en 2013, el poema ha cambiado, leve pero efectivamente. Cuando vuelvo sobre los versos escritos a mano, los retengo una vez más en la memoria a corto plazo y, al mismo tiempo que los visualizo, la industria de la imaginación me aviso: los reconozco, sí; todavía, aún no ha pasado mucho tiempo… Y casi amenaza con otra versión… Y así sucede que podría afirmar que, en casi todos los poemas, este es el principal o el más claro de los procesos creativos, este vaivén de barca anclada en el mar, a la idea-germen del poema. La cadena que se hunde en el mar con el ancla como punta afilada, la historia de la tórtola muerte, es lo que no ha cambiado:

…una tórtola muerte; un doctor que certifica su muerte con millones de ojos; el Tiempo que vendrá y ofrecerá el ave a la tierra, como alimento para sus hijos; la hormigas que hacen antorchas mortuorias de las colillas del suelo…

La historia no cambia. Las imágenes permanecen casi sin modificación. Algunos versos han cambiado. De alguna manera ha tenido lugar un proceso de destrucción y creación, de reciclaje incluso, del poema. Las imágenes se pliegan a la historia, la historia de perfila, las imágenes discuten su intensidad, su conveniencia y veracidad dentro de la tira de fotogramas. El fondo de mi mente bulle, respira, hincha su pecho y se hace con las ideas que aportan las imágenes para cuestionar cómo de profundo han llegado en mi ser. Es cierto que seguí caminando, que no me dejé bucear en el acontecimiento de la muerte de la tórtola, que no navegué su muerte, su mirada, su última rama. No me detuve a contemplarla. Pero, de alguna manera, sí lo hice. Nunca dejé de estar junto al cadáver y nunca abandoné su cuerpo. Caminó conmigo, subió junto a mi la calle Fray Luis de León hasta bajar por el pasaje Samaritano y llegar a la calle principal de Tamaraceite. La contemplación tuvo lugar aunque seguramente no con la profundidad oportuna. No obstante, las marcas que dejó la tórtola persistieron, y el poema, tanto en su versión primera como en la publicada, contribuyen a que las imágenes permanezcan ahí, a mano; al igual que la historia.

Un poema debe producir extrañeza, debe plasmar su decir, su historia, su imagen, su reflexión mental; sumergir su mano e intentar alcanzar el fondo abisal de nuestro ser y del lector. La impresión siempre varía. La profundidad y las reacciones o sensaciones nunca son las mismas; pero son todas estas y más variables las que, al final, dan un raro cómputo o resultado final que es, al mismo tiempo, siempre variable…

Y el poema cambia una vez más:

Una tórtola muerta en la calle
estirada en una esquina de un parterre.
Sobre su pecho,
una forense de bata verde y un millón de ojos
ausculta el corazón del ave:
ya murió. Y no late…
La tierra reclama el cuerpo
para sus hijos,
las raíces plañideras
curvan el torso
y ofrecen sus lágrimas.
El doctor recoge sus útiles de medicina
y hace una reverencia:
ya llegan las hormigas,
iluminan el paso con colillas para la triste procesión. 

Historia de los muros blancos

Una ficción (o recuerdo) sobre el turismo (y anotaciones sobre «Planeta Turista»).

En todos los lugares hay un Sur y el Sur es siempre el Sur, aunque le cambien el nombre… Esto pienso a las tres de la mañana mientras acabo un Las seis menos cuarto en el reloj. Aparta de los ojos el cansancio acumulado de 9 años trabajando en el hotel. Se incorpora en la cama y da los buenos días a la lumbalgia. Él duerme aún vestido de trabajo sobre el sillón. Inclina hacia atrás la cabeza para olisquear el aire y reconoce el rastro de aceite y tabaco que familiarmente le delata desde hace 5 años. Cuánto más cerca están del final del mes, más huelen los cojines a cigarro, a sartén, a freidoras.

Ella se levanta y va directa al baño, se baja los pantalones del pijama hasta los tobillos, se sienta. El calor de la cama parece concentrarse exclusivamente bajo sus nalgas y en caída libre, como el vaho de un recuerdo que ve alejarse cada vez más. Acaba y se limpia, y maniobra hacia la cocina mientras se sube los pantalones. Prepara el desayuno, leche con gofio, barcas de pan caliente con mantequilla. En veinte minutos ya está lista y despierta a su hija y la viste, le da de comer, añade un sándwich de jamón y queso para el recreo del colegio. Aún no ha comenzado a amanecer cuando salen de casa y la chiquilla da los últimos mordiscos a la fruta, y llegan así al coche poniéndose ambas el abrigo. A las seis y cuarenta ya están en casa de los abuelos y ella se despide de la hija con un beso que huele  a café y tabaco. La niña arruga la nariz y los ojos, siempre lo hace, es un olor familiar que no sabe si le gusta o le desagrada.

Llega al hotel diez minutos antes de la hora. Aprovecha para escuchar la radio y fumarse otro cigarrillo. Cuando llegan las compañeras todo son prisas y la cháchara de siempre, a veces las más jóvenes cuentan algún cotilleo, a veces las más viejas, a veces salta un chiste cuando hubo resaca o fiesta. Las camareras de piso destapan y arreglan el día siempre antes de que lleguen ellos… Ellos,  hoy se esperan por decenas o centenas, después de más de 8 horas de viaje. A menudo se arrastran fuera del transfer hasta la entrada del hotel, a veces esbozan una sonrisa, a veces los mueven unos automatismos educados, a veces ni eso o todo lo contrario. Frente a ellos, quien les recibe; el recepcionista intercambia las primeras palabras amables, se pone a su disposición, les informa acerca del mapa donde poder satisfacer su felicidad durante la estancia. Y ellos, al otro lado siendo otros, siendo El Otro con tendencia a alienar a otros sin motivo y con absoluta despreocupación, sin control y con todo incluido.

Con ellos tratan María, la recepcionista, Anne y Mohamed, camarera y ayudante de camarero, Luisa María y Gehard, Guayarmina y Toni, también del departamento de recepción y relaciones públicas. Todos ellos trabajan 8 horas diarias, cinco, seis, siete, ocho y hasta 10 días seguidos (según convenios); ellos trabajan para el Turismo en el mostrador de recepción, ahí donde los rostros se difuminan con el paso de las horas y a penas sí queda un acento, un color de piel, unas dimensiones corporales, unos olores… Todo esto y más acontece en ese no-lugar al que los autores David Guijosa, Acerina Cruz y Samir Delgado han denominado Planeta Turista, y desde el cual esas visiones personales y, a la vez, confluyentes, de la vida en zona turística, y que publican con la Editorial Amargord.

Planeta Turista es la culminación del proyecto Leyendo el Turismo, puesto en marcha por los autores allá por XXX años y que no han dejado de mover por diferentes ciudades de las Islas y otros puntos de España. Es, además, una demostración clara y necesaria de la creatividad posible, y a la que muchas veces obliga por una simple cuestión de salud mental, la vida en zona turística. Desde ese lugar de arquitecturas variables y despersonalizadas, donde las lenguas se mezclan y las culturas se penetran y drogan unas a otros hasta quedar inconsciente, David Guijosa, Acerina Cruz y Samir Delgado han rescatado recuerdos, experiencias, sueños y pesadillas para ofrecernos su visión personalísima del turismo. Esta visión, que parece reducirse a unas experiencias de juventud, llegan al papel con la crítica que infiltra la mirada y la vida adulta, habitada como está de vacíos y soledades que sobreviven el paso del tiempo. Esta mezcla de deja restos, pesados posos de café u otras drogas que, en algún momento, el joven “de aquí” prueba como miel del paraíso turístico, Auténticos insiders del no-lugar de las playas, las piscinas y la crema de coco,  intentado capturar toda la poesía posible que su experiencia como insiders en

“El turismo es sinónimo de esclavitud, siempre que la riqueza generada no sea ecuánime y nunca lo es. Esclavos que pagan las facturas de otros esclavos. Con este modelo siempre continuaremos perpetuando la misma basura”

, dijo Eleanor A. Pero el turista moderno no se sabe un número, un producto más. El turista no quiere pensar que allá fuera

“otros están viviendo como allá, en casa”…

Pero evitemos el drama, por favor, y que corran los daikiris y los sex on the beach, quedémonos con el teatro y los mirones de las dunas. El éxito sonríe a Canarias, dice el Canarias7, en el Planeta Turista.

El mostrador es el teatro humano por excelencia del hotel, la realidad de una supervivencia que enfrenta, a diario, el peso de una sombra informe que se agita y nos mira desde arriba, perpetua y amenazante, profunda y oscura como la lengua de un gusano de leche él).

Ysla, una experiencia poética

Se está bien aquí, al calor de esta cueva de certezas, al soco de un pecio y compartiendo cielo con cientos de postales. Pero me pregunto si conocemos el lugar en el que estamos, si sabemos qué hacemos aquí; si reconocemos, acaso, allá al fondo, las sombras que ocultan el origen de la luz… En lo que a mí respecta, he venido a hablar de la extrema lentitud y pesadez de mis pasos, de preguntas y respuestas, de la voluntad de abandonar a su suerte las sombras de esta caverna, y de un viaje que no cesa en ese instante en que la isla se transforma… Aquí el asombro nos acompaña siempre, un asombro que todo alcanza y por todas partes. Sin embargo no es raro encontrarse con aquellos que ya dejaron de asombrarse, que sucumbieron a las promesas de las sirenas o a la modorra de Onán, ese hábito del poeta, del escritor o del crítico (del artista) hipnotizado por su propia mano… Para nosotros esta puede ser la peor condena, abandonarse por completo al delirio localista, formar pequeñas repúblicas o reinos, rebaños donde no exista la posibilidad de discrepar, de dibujar y compartir otras y nuevas miradas y provocaciones; idolatrar falsas certezas…

La Ysla es esa multidimensión que niega todo límite cuando, frente al océano, toma sentido el tiempo, condensado como se halla en este mundo al que algunos denominan «rodeado de mar por todas partes».          Sin duda, la Ysla es un lugar inabarcable en el que todos caben, una maravilla que podemos tomar prestada a diario y más allá de apresuradas etiquetas y marcas. La Ysla (con “i griega”) es la curvatura de un día a día que exige humildad, sacrificio y honradez; es creación y silencio, extrañeza, paciencia y remanso, ver más allá y dejarse sorprender, conocimiento de un rumor que todo lo envuelve y en todas partes se expone a la intemperie. La isla, cuando se hace Ysla, es búsqueda y riesgo, de ahí que si se adolece de un ejercicio responsable de la reflexión y la autocrítica, la vanidad, el vacío y el folclorismo clónico aplastan el sentido de la Poesía, de la Ysla…

La Ysla puede provocar vértigo a aquel que la descubre por primera vez cuando, al repetir “no hay certezas” frente a los ojos, ve aparecer una cabeza que transforma el horizonte (antes recto y rígido), en un hogar oblongo, circular, curvo y sin límites. Esta nueva luz de Mafasca se aparece ante nosotros, en ese instante, para mostrarnos lo pequeño de nuestros pasos, este mundo inaudito, tremendo y hermoso que es, en verdad, la Ysla. Nos hace sentir muy pequeños… Ante esta visión, el recién llegado e, incluso, en ocasiones, aquel que la habita, se estremece, teme darse cuenta de que apenas sí sabe algo. A unos y a otros la ola los coge por la espalda, los sacude y, entonces, cuando pueden recuperarse del revolcón, corren en busca de quehaceres más prosaicos, de falsas certezas en la tradición, en las convenciones literarias, en la seguridad de un rebaño. Y así es que en la Ysla unos se aferran a lo conocido, a las voces que les dictan tal o cual camino, mientras otros recorren libres todas las dimensiones, llevan su isla a todas partes, viajan por la calle como unidades fugaces que buscan, a diario, el borde de las lenguas extáticas en la orilla. En la Ysla el tiempo mismo llega a reconocer su inexistencia, cuando los días se hacen años y los años toda una vida; y la vida, un todo que nos supera, un buen puñado de hojas en la orilla sobre la arena, una multitud de espejos que nos muestran, a nosotros y al visitante, las maletas que cargamos, las cadenas…

Cuanto más se camina en la Ysla, más se acrecienta la propia desnudez del que avanza, más se transmuta en creación y luz la urdimbre que convulsiona la mirada tras los ojos. Y, así, el mar pasa a ser océano, y el océano existencia, ser, un lugar inabarcable, un lugar de partida y llegada; siempre ahí, y en todas partes.